(Foto: Freepik)
Todavía es verano, pero la mayoría de las familias ya han vuelto de vacaciones. Esto significa que los padres ya están trabajando. Sin embargo, los hijos continúan sin ir al colegio, generalmente hasta bien entrado el mes. Esto supone el reto logístico del que ya nos habíamos olvidado efímeramente mientras éramos felices en la playa, hace apenas unos días.
Con la llegada de septiembre, el baño de mar se sustituye por el jarro de agua fría de la realidad y la vuelta a la rutina. En suma: vuelve el agobio a los hogares con niños. Toma nota de cómo manejar el exceso de tiempo libre de tus hijos, atendiendo al sentido común y equilibrando tus intereses con los suyos.
Hasta que la vuelta al cole nos devuelva los buenos hábitos infantiles que tanto anhelamos, septiembre puede ser un mes complicado. Psicológicamente, nos obliga a manejar una incongruencia cognitiva por la que, por un lado, no apetece nada volver al trabajo, pero por otro, sentimos que necesitamos rutina y normalidad.
Sobre todo en nuestros hijos, que han perdido el ritmo y ni se acuerdan de lo que es el colegio después de casi tres meses de vacaciones. La buena noticia es que es posible gestionarlo y ya que es, sobre todo, una cuestión de actitud. En este sentido, las últimas semanas del verano pueden convertirse en una oportunidad para equilibrar normas y flexibilidad, permitiendo a los niños explorar, aburrirse, jugar y socializar.
Cuando la rutina escolar se retrasa, nos conviene preguntarnos si realmente compensa mantener las normas con la misma rigidez que en época lectiva. Esto aplica también (y quizá especialmente) al debate de las pantallas. Desde la psicología, se sabe que la tensión constante alrededor de esta cuestión puede erosionar la convivencia familiar.
De hecho, exigir sin estar disponible para proponer alternativas lleva, con frecuencia, a un terreno de conflictos y a mal ambiente en casa. Sin embargo, abrir la mano no significa dejar que los niños pasen horas sin límite frente a dispositivos electrónicos.
Lo ideal es llegar a un acuerdo equilibrado: permitir algo más de lo habitual, a cambio de reservar ciertos ratos para otras actividades como cartas, juegos de mesa o construcciones. La clave está en que las pantallas no se conviertan en el enemigo absoluto, sino en una herramienta más dentro de un tiempo libre que comienza a sentirse demasiado largo.
En un intento de controlar la situación, algunos padres tienden a programar cada minuto de la vida de sus hijos. Sin embargo, la ciencia insiste en que el aburrimiento infantil, lejos de ser el enemigo, es un catalizador para la creatividad.
Investigaciones como las divulgadas por el psiquiatra Dan Siegel, psiquiatra y profesor de la Universidad de California (UCLA) especializado en neurociencia y desarrollo infantil, explican que dejar espacio para que los niños inventen sus propios juegos estimula los circuitos de la corteza prefrontal. Estos están vinculados con la planificación, la imaginación y la resolución de problemas.
Darles una guía básica, en cualquier caso, está bien. Lo que marca la diferencia es permitir que curioseen, que piensen, que se inventen cosas y que se equivoquen. Jugar sin una supervisión exhaustiva por parte del adulto fomenta, pues, la autonomía, la flexibilidad cognitiva y la autoconfianza.
En la práctica, esto significa que los pequeños deben aprender a tolerar momentos de vacío y a transformarlos en experiencias de juego propias, lo que repercute positivamente en su desarrollo emocional e intelectual.
La actividad física diaria es otro gran aliado, además de muy necesario. Salvo que sea imposible, los niños deben salir de casa al menos una vez al día, y aunque sea solo al parque. De esta manera, se oxigenan al aire libre, absorben la vitamina D del sol, y relajan su mente.
Moverse y hacer algo de deporte ayuda al niño a estar de buen humor, y a dormir mejor, reduciéndose así las tensiones dentro de casa. Septiembre, con sus últimos coletazos de calor, es ideal para aprovechar la piscina como espacio donde gastar energía de manera saludable.
El contacto con otros niños también resulta decisivo. Un simple encuentro con amigos puede marcar la diferencia entre un día monótono y uno divertido. Así, las clásicas playdates puede ser la estrategia más sencilla para aliviar la carga en los padres y, al mismo tiempo, ofrecer a los hijos el mejor antídoto contra el aburrimiento.
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