(Foto: Freepik)
Qué fácil es acabar comprando por inercia los regalos de Navidad, recurriendo a los míticos calcetines de reposición, velas, libros o cualquier otro detalle. Regalar es un gesto bonito que nos sirve para comunicar que el otro nos importa y el intercambio de regalos señala reciprocidad.
Sin embargo, cuando uno piensa en lo que de verdad ha dejado huella a lo largo de los años, el recuerdo casi nunca tiene que ver con lo material. Ni mucho menos con el precio. Las mejores memorias son siempre afectivas y tienen en común el compartir momentos y experiencias. Por eso, regalar presencia plena puede ser el verdadero lujo de estas fiestas. ¿Te atreves a cambiar el chip para este año y regalar tu tiempo?
Quizá sea ir contra corriente, pero sustituir lo material por alguna actividad que alimente de verdad nuestros vínculos podría ser ese regalo que todos necesitamos. Incluso sin saberlo. Además, las opciones son múltiples, ya que puede consistir en cualquier plan social o familiar en el que el objetivo sea pasar tiempo juntos y favorecer el autocuidado, sobre todo psicológico.
No se trata solo de coincidir en una cita o lugar, sino de estar de verdad, con lo que ello implica. Escuchando, mirando y prestando atención al otro. Esto es especialmente importante y necesario para niños y adolescentes que están “fabricando memorias” y dando narrativa a su vida. Por ello, todos los recuerdos positivos y familiares que vayan atesorando con nosotros contribuirán a hacer de ellos personas seguras y con arraigo.
Dejando de lado la atención plena o mindfulness y demás ejercicios de grounding, que vienen a ser una toma de contacto con uno mismo y la realidad del momento presente, también existe el concepto de presencia plena.
Aunque suenen parecido, no se trata de lo mismo. La presencia plena implica el contacto social y el disfrute de alguna actividad compartida. También se nota en detalles concretos. Por ejemplo, en que el móvil está aparcado fuera de la vista, en que el otro disfruta del momento y no está pensando en otra cosa, y en que el tiempo pasa volando y sin mirar el reloj.
Por cursi que parezca, seguramente es en ese momento, y no en otro, cuando de verdad aparezca la magia de la Navidad. Cuando uno se sienta visto y escuchado por sus seres queridos.
Nadie desprecia un regalo bueno, pero el que es verdaderamente significativo suele tener tres ingredientes no necesariamente presentes en el obsequio material: tiempo, atención e interés genuino por lo que el otro quiere o necesita.
Por eso precisamente deja huella. Porque no depende tanto del presupuesto como de la sensación de que “han pensado en mí”.
Desde la neurobiología, cuando damos o recibimos un regalo se activan estructuras del sistema de recompensa del cerebro que se encargan de valorar cuánto nos gratifica algo. Ese circuito libera dopamina y otras sustancias asociadas al placer, generando un subidón real, pero que resulta ser efímero.
Al igual que ocurre cuando comemos algo muy apetecible o compramos algo nuevo, la curva de placer sube muy rápido al abrir los regalos. Pero baja igual de deprisa, ya que el cerebro se acostumbra, deja de ser novedad y la dopamina vuelve a su línea base.
Es lo que algunos autores describen como el rush pasajero de la recompensa, que nos empuja a buscar más estímulos, pero no garantiza un bienestar estable. En cambio, cuando un regalo implica tiempo compartido y experiencias en común -una tarde de cocina, un paseo sin móvil, un viaje de un día- no solo se activa el circuito de recompensa, sino también otras redes relacionadas con la conexión social, la memoria y la sensación de seguridad.
Las investigaciones sobre vínculo y bienestar apuntan a que las interacciones cálidas y repetidas con otras personas funcionan como un amortiguador frente al estrés. Y contribuyen a una mejor salud mental a largo plazo. Esas vivencias se transforman, además, en memorias familiares y colectivas que podemos evocar años después y que siguen aportando sentido, pertenencia y calma.
Este año, al pensar en tus regalos, tal vez puedes reflexionar un poco más sobre el destinatario: ¿Qué le haría sentirse especial? ¿Qué experiencia podría ayudarle a descansar, a reír, o a sentirse importante? Si quieres apostar por regalos diferentes, puedes preparar “vales” de presencia plena, escritos a mano y envueltos con el mismo mimo que cualquier otro detalle.
¿Qué tal un paseo sin móvil para ver las luces navideñas de las calles? ¿Una tarde de cartas o juegos de mesa con los niños y los abuelos, o un pequeño ritual de autocuidado en casa? Son planes sencillos, pero que enviarán un mensaje muy claro. Te regalo tiempo de calidad conmigo y una experiencia pensada para que este año lo importante no vaya dentro del paquete, sino al lado de quien lo abre.
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