Foto: Jasmine Avner
En una época en la que las marcas luchan por hacerse ver a base de brillo, estridencia y logotipos, Tangled aparece como un susurro elegante. Una firma de pulseras que huye de lo obvio y apuesta por la belleza introspectiva, por lo artesanal, lo emocional y lo imperfecto.
Su fundadora, Hadar Shalev nació en Herzliya, una ciudad costera de Israel. Con su trabajo ha sabido traducir una sensibilidad personal en una propuesta estética que encuentra fuerza precisamente en la complejidad. En lo que no se puede definir de forma sencilla.
Hadar creció en los suburbios, cerca de la ciudad pero algo al margen de su resplandor. Desde pequeña sintió fascinación por la elegancia discreta de quienes la rodeaban. No era solo una cuestión de ropa bonita, sino de actitud, de una forma de estar en el mundo sin necesidad de gritar.
Para ella, la moda era una manera de expresar lo que a veces no se puede decir con palabras: un estado de ánimo, una memoria o una certeza interior.
Aunque no venía de una familia especialmente adinerada, ese deseo de formar parte de ese mundo sofisticado la acompañó siempre. Tal vez por eso nació Tangled: de la necesidad de crear algo bello, sobrio, atemporal y, sobre todo, accesible.
Hadar estudió Economía, una elección segura pensada para tranquilizar a su entorno más que para alimentar su vocación. Pero no pudo seguir ignorando su inclinación por el arte, el diseño y los pequeños detalles que dan forma a la identidad personal.
El cambio de rumbo fue tan inevitable como liberador. Rodeada de artistas y emprendedores, comenzó a dar forma a su universo creativo. En sus viajes por mercados, museos y ciudades de todo el mundo fue recopilando ideas, colores, texturas y símbolos.
Uno de los momentos más reveladores lo vivió frente a El nacimiento de Venus de Botticelli. La figura de la diosa surgiendo del mar, serena y luminosa, encarnaba justo lo que ella quería transmitir con sus piezas. Esa sensación de emerger, de mostrarse sin artificios, de conectar con la esencia de uno mismo.
En uno de sus viajes descubrió las cuentas Miyuki, pequeñas piezas japonesas de una precisión casi mágica. Le fascinaron al instante. Empezó a trabajar con ellas como quien aprende un lenguaje nuevo, hilo a hilo, color a color.
Esa experiencia la llevó de lleno a explorar la estética japonesa: el shibori, el origami, la filosofía del wabi-sabi. No eran simples técnicas, sino formas de ver el mundo donde la imperfección tiene un lugar, donde lo irregular se celebra y lo efímero se convierte en arte.
Así nació Tangled, una marca que abraza los contrastes. La elegancia que siempre admiró Hadar se mezcla aquí con la textura cruda de la naturaleza, con la imperfección poética del proceso manual. Cada pulsera se realiza de forma lenta, consciente, como un ritual. No se trata solo de diseño, sino de intención: cada pieza busca acompañar a quien la lleva, contar su historia, recordar su fortaleza.
El nombre, Tangled -enredado, en inglés- no es casual. Habla de lo humano, de nuestras emociones, de las contradicciones que todos arrastramos. Porque no somos líneas rectas: estamos hechos de nudos, de capas, de historias que se entrelazan. Hadar celebra todo eso en sus diseños. No hay que deshacer el enredo: hay que mirarlo con otros ojos y encontrar en él su belleza.
Las de Tangled son piezas sutiles, pero con alma, pensadas para quienes saben que la verdadera elegancia no necesita presentación. En un mundo que corre demasiado, Hadar Shalev nos invita a detenernos y observar. Porque lo enredado, cuando se mira con calma, también puede ser hermoso.
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