(Foto: A. Lange & Söhne)
El camino que recorremos por la línea del tiempo a veces está marcado irremediablemente por decisiones que no dependen de uno mismo. Decisiones que acaban marcando la vida y, en el caso de muchas empresas, su propia filosofía. En los inicios del siglo XIX, en la ciudad alemana de Dresde, un niño cuyos padres se separaban quedaba casi siempre bajo la tutela del padre.
Las leyes locales de Sajonia establecían que la madre podía cuidarlo sólo si el padre se lo permitía, pero no tenía derechos legales sobre él. La prioridad jurídica era siempre favorecer el linaje paterno.
Pero en el caso de Ferdinand Adolph Lange la cosa se complicó algo más porque el joven acabó en una familia de acogida cuando sus padres decidieron separarse. Una adopción que muy probablemente decidió su padre.
Sea como fuere, el joven Ferdinand tuvo la suerte al recaer en el entorno familiar de un amigo comerciante que le ofreció la oportunidad de recibir una buena educación. Hacia 1830, Dresde era un hervidero de industrias de todo tipo.
En su economía se combinaba la tradición artesanal con manufacturas de lujo y sectores en plena modernización. Allí se creaban algunas de las mejores porcelanas, litografías, tejidos, instrumentos musicales, joyas o relojes de toda Europa.
Era de esperar que el joven Ferdinand Adolph Lange fuera atraído por algún proceso artesano para ganarse la vida. Como así sucedió cuando acabó visitando, hasta tres días a la semana, el taller del maestro relojero Johann Christian Friedrich Gutkaes.
El maestro alemán pronto vio el potencial del chico y tomó a Ferdinand como aprendiz. Fueron cinco años en los que Ferdinand Adolph Lange aprendió el oficio y viajó por Europa. Pero también se enamoró de la hija de su maestro y mentor, Antonia Gutkaes.
El maestro era el relojero oficial de la corte del Reino de Sajonia y por sus manos pasaban algunos de los encargos más importantes de la época. Como el Reloj de Cinco Minutos instalado en 1841 en la Ópera Semper de Dresde.
Un reloj revolucionario porque mostraba el tiempo en grandes números saltantes, visibles desde toda la sala y porque en lugar de agujas utilizaba placas giratorias iluminadas desde detrás. Un diseño que acabaría inspirando conceptualmente a los relojes digitales. Un año después de su inauguración, Ferdinand y Antonia se casaron.
Ferdinand Adolph Lange, que ya había recorrido Francia, Reino Unido y Suiza para empaparse de lo mejor del sector, rechazó suculentas ofertas y acabó siendo socio de su suegro. En 1845 creó la manufactura de relojes A. Lange, Dresde. Tres décadas después sería su hijo Richard quien cambiaría el nombre de la empresa al actual A. Lange & Söhne.
Una marca reconocida y cuya leyenda se acrecienta con el paso de los años. Una casa que fabrica unos 6.000 relojes al año y que vende alrededor del 90 % de su producción a través de boutiques propias y salones selectos. Como es el caso de la firma alemana Wempe. Ambas marcas celebran precisamente el 25 aniversario de una estrecha colaboración de una manera muy especial.
Así, los clientes de A. Lange & Söhne, que por norma general adoran la tradición, la artesanía y los relojes con alma, pueden acceder por un tiempo limitado en algunas boutiques de Wempe a un selecto catálogo de sus relojes.
En la de Madrid precisamente se pueden apreciar hasta seis modelos significativos. Piezas como el 1815 CHRONOGRAPH (83.400 €) donde cada detalle está pensado para ofrecer una lectura impecable y un equilibrio clásico. O el DATOGRAPH AUF/AB (102.400 €), que se ha convertido en un referente entre los cronógrafos gracias al diseño armónico y hasta el exclusivo LANGE 1 EWIGER KALENDER (123.000 €) que destaca por su salto instantáneo y su característico aro periférico de los meses.
El LANGE 1 MONDPHASE (58.000 €), el RICHARD LANGE (42.800 €) y el LANGE 1 ZEITZONE (67.200 €) completan esta selecta selección de relojes.
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