No me gusta utilizar textos de los folletos promocionales, pero voy a hacer una única excepción copiando la última frase del desfile de Umit Benan que me ha enviado XXL, organizadores junto a Equipo Singular, de la 080 barcelonesa en el que ha participado este poco conocido diseñador. Dice así: “El resultado es audazmente masculino y asertivamente espiritual”. No necesitamos más palabras para definir la muestra del turco afincado en Nueva York.
Audacia y espíritu, principio y fin del discurso de un creativo que no sé si quiere hacer política con la ropa, pero su lectura sugiere, incita, desarrolla un camino. No sé si será por edad o porque estoy harto de ver tendencias, propuestas y disfraces en pos de una modernidad que no lleva a ninguna otra parte que a la miseria más asimilable y a veces humillante. Ropa absurda, cortes estúpidos y colores imbéciles. Cosas que no sirven ni para los jóvenes a quienes se les puede engañar afeminando sus atuendos, acortando camales, quitando calcetines o colgándoles de la coronilla un sombrerito pesquero.
No me tomen por antiguo: mi look favorito de los últimos Goya (gala discutible porque esto nunca será Hollywood, solo una mala copia), fue el de Eduardo Casanova. Con un Balmain que sólo su juventud, belleza y osadía podían usar: una chaqueta abierta de doble botonadura sobre camisa con escote en uve, fantástico.
Junto al esmoquin de Dolce & Gabbana de Miguel Ángel Muñoz, fueron los más rompedores. Pero el impecable esmoquin de Álex González se llevaría mi aplauso personal. La ropa debe ser coherente, mantener posiciones, tomar actitud ante las circunstancias, y sobre todo, respetar la identidad de cada uno para transmitir su mensaje. A cada cual lo suyo.
Y este cada cual lo determina Benan con una puesta a punto un tanto inquietante, con rezos del Corán, fieles encapuchados diseminados entre el público que presagiaba lo peor. Pero desde el principio se obró el milagro: hay pulcritud en la oferta, limpieza de líneas, esplendor en el corte, elegancia en las mezclas, soberbia en los tejidos, panas, algodones, terciopelos, sedas, lanas, cachemir y toques de mohair. Se nota que el autor ha crecido entre fibras nobles, amamantado por una familia que se ha dedicado al negocio desde generaciones.
Colores camel que acarician como arena tibia de un desierto amante y rojos caldera de atardeceres enrojecidos por un rubor que se escapa de un amanecer que ha sido níveo y ha llegado a la noche tras desenvolver las etapas de una jornada espectacular. En ella hemos vivido desde prendas jogging ideales para vestir, hasta pijamas de seda bajo abrigos cachemir, a enorme gabanes desestructurados en su perfecta estructura. Cada movimiento de Benan es un homenaje al buen gusto pasado por el tamiz de obligada reflexión sobre sus orígenes, religiosos de preferencia, sobre los que se deslizan referencias sociales conjugadas con quehaceres diarios.
Hay cafkanes deslizados entre el anorak y la chaqueta, siempre las cabezas cubiertas con gorros o pañuelos (imamah) a modo de respeto y/o bufandas atadas a modo de chaleco con agujas de limpias líneas de diseño más que artesanal. En los pies siempre babuchas de piel o ante, algún terciopelo nos pareció adivinar, a modo de guante delicado y suave como para aliviar el paso. Todo con un lema: “Come lo que quieras y ponte lo que desees, siempre que no se violen dos condiciones: no debe haber extravagancia ni arrogancia”, como dicta ‘El libro de la sabiduría’ de Sahih Al Bujari.
Y la máxima se cumple en cada una de las piezas de una colección equilibrada y bien hecha, inmaculada hasta en sus negros más profundos, como ese esmoquin de cuello halter, negro sobre negro, o ese otro más asimilable, pero sin camisa y con bufanda chaleco en blanco, al igual que las babuchas. Hay equilibrio hasta en ese difícil tres piezas, gabardina incluida estampado con amebas naranjas, o ese otro gabán, enorme, metalizado oro, o en el blanco tal que deslumbró al personal. O esos trajes informales, un tanto indómitos, de insultantes verde, rojo, naranja.
Un desfile impecable, fastidiado un tanto por una iluminación excesivamente dramática y servido por unos modelos, pillados por la calles por el experto publicista Sebastián Arxé, todos musulmanes, que dotaron al pase de la elegancia adecuada: la química entre la ropa y sus esqueletos funcionó a las mil maravillas: nadie pudo sospechar el origen de los exhibidores. Una fiesta para el espíritu y un canto al buen gusto, algo a lo que no estamos acostumbrados tan habituados a ver propuestas no ya sin discurso, pies ni cabeza, sino exentas de sentido y sensibilidad. Por fin, algo que ponerse.
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