Can Bordoy, el hotel con alma donde la calma te envuelve sin esfuerzo
Can Bordoy es mucho más que un hotel. Es uno de esos sitios donde uno se promete volver antes incluso de haber hecho el check-out.
Hay lugares que no se buscan, se descubren. Esos que se esconden tras portones de madera vieja, sin carteles llamativos ni recepciones chillonas. Así es Can Bordoy, una joya escondida en el casco antiguo de Palma de Mallorca, más concretamente en el barrio de La Lonja, y que bien podría ser el escenario de una novela gótica con aires mediterráneos.
Lo más curioso es que este universo de terciopelos, espejos antiguos y jardines secretos es obra de un sueco: Mikael Hall, que supo ver belleza donde otros solo veían ruinas.
Historia de Can Bordoy
El edificio, que data del siglo XVI, fue antaño una casa familiar, más tarde escuela de monjas y finalmente un caserón abandonado que pedía a gritos una segunda vida. Mikael, con una sensibilidad particular por lo bello, decidió no “restaurar” el espacio como se haría con un museo, sino resucitarlo, abrazando sus cicatrices.
Para ello se alió con el estudio mallorquín OHLAB, expertos en convertir imperfecciones en poesía visual. Lo que hicieron fue casi alquimia. Mantuvieron los muros de piedra, las molduras desgastadas y las puertas que crujen y los combinaron con piezas de anticuario, arte contemporáneo, cortinas teatrales y lámparas que parecen flotar.
Un lugar cotidiano y a la vez excepcional
Nada aquí es convencional, ni siquiera el check-in. No hay mostrador ni botones con gorrita. Al llegar, te reciben como si entraras en la casa de un amigo excéntrico que colecciona arte, libros y sillones con historia. Todo huele a flor recién cortada y a madera vieja. La sensación de estar “en casa” -pero en una que huele mejor, suena a jazz suave y tiene sábanas de hilo impecables- es inmediata.
Las 24 suites son todas distintas, con nombres y almas propias. Algunas tienen bañeras exentas colocadas junto a una chimenea. Otras duchas ocultas tras cortinas de terciopelo. Y otras terrazas privadas o ventanales con vistas a la catedral.
El minibar no es solo un minibar: es una estación de indulgencia con botellas bien seleccionadas, libros, altavoz con música suave y hasta cápsulas de aromaterapia. Cada cama es un universo de comodidad regulable (sí, puedes ajustar la firmeza del colchón con un mando), con cabeceros altos, sábanas de ensueño y una iluminación que favorece cualquier tipo de selfie.
El jardín secreto de Can Bordoy
Pero si algo convierte Can Bordoy en un lugar inolvidable es su jardín secreto. Un vergel absolutamente inesperado en pleno centro histórico, con árboles centenarios, plantas trepadoras, flores que huelen a verano y una piscina climatizada que serpentea entre la vegetación.
Es fácil olvidarse del mundo cuando uno se tumba bajo una pérgola, cóctel en mano, escuchando cómo el agua cae lentamente en una fuente. Todo suena a película de Wong Kar-wai, pero con limonada mallorquina.
El más alto nivel de desconexión
Bajo tierra, como si se tratara de un escondite romano, se encuentra el spa, con muros de piedra, luz tenue y silencio casi sagrado. Aquí todo es privado: tú reservas tu franja horaria y tienes acceso exclusivo a sauna, jacuzzi, ducha sensorial y camilla de tratamientos.
Lo más chic es la ducha horizontal Dornbracht, una especie de lluvia coreografiada que masajea el cuerpo mientras tú, literalmente, no haces nada. Los tratamientos, claro, son con productos orgánicos y veganos. De esos que huelen tan bien que te dan ganas de comértelos.
Gastronomía sincera y creativa
Y por si fuera poco, el hotel cuenta con un restaurante llamado Botànic, que honra su nombre con una propuesta verde, fresca y sofisticada. Aquí el menú gira en torno a los vegetales, pero sin caer en clichés veganos ni en minimalismos sin gracia.
El chef Andrés Benítez sirve platos llenos de color, sabor y creatividad. Desde curry de aguacate hasta una reinterpretación mallorquina de las tapas, con ingredientes de proximidad y estética de revista. El desayuno es otro nivel: zumos prensados al momento, fruta recién cortada, panes rústicos, granolas caseras y, si quieres, copa de cava. Porque sí, en Can Bordoy se desayuna como los dioses.
Mucho más que un hotel
Lo mejor, sin embargo, es la atención al detalle humano. Nada de automatismos. Aquí el personal te llama por tu nombre, te sugiere un rincón para leer según tu estado de ánimo, te cuenta la historia de cada objeto del salón y te recomienda callejones secretos de Palma donde encontrar un café o una galería. La experiencia es íntima, casi personalizada, sin pretensión alguna. Todo fluye con una elegancia natural que cuesta encontrar incluso en hoteles cinco estrellas.
Can Bordoy no es solo un hotel: es una casa mágica, un refugio con alma, un lugar donde el lujo se mide en silencios, en texturas, en sombras que bailan en las paredes y en una calma que te envuelve sin esfuerzo. Es uno de esos sitios donde uno se promete volver antes incluso de haber hecho el check-out.