Foto: @yogagenapp
Pocas estaciones del año nos ofrecen una pausa tan natural como la del verano. Sus días extralargos suceden a un ritmo mucho más relajado y nos abren una nueva ventana que no siempre sabemos aprovechar: la del silencio. Con ella, se nos presenta la oportunidad de hacer algo tan poco habitual durante el resto del año como es el bajar el volumen del ruido que nos rodea.
Y no nos referimos sólo al silencio literal (que también), sino a ese apagón intencional del ruido informativo, social y emocional que nos acompaña en nuestro día a día durante el resto del año. El verano ofrece la oportunidad de cortar con ese “ruido” que nos exige estar disponibles, producir, responder, o consumir. ¿Te atreves a intentarlo?
Desde la psicología se habla a menudo de la sobrecarga sensorial y emocional a la que estamos sometidos y sus consecuencias. Las notificaciones constantes, la necesidad de opinar sobre todo y, en suma, el exceso de estímulos tanto visuales como auditivos, no son gratis. De hecho, tienen un impacto directo en nuestra atención, memoria y equilibrio emocional.
Sin embargo, las vacaciones de verano pueden ayudarnos a experimentar un estilo de vida totalmente diferente al que estamos acostumbrados, convirtiéndose en ese paréntesis que muchos necesitamos. Existe una presión social, a menudo sutil, sobre cómo deben vivirse las vacaciones. Parece que hay que aprovecharlas al máximo, salir a cenar, visitar lugares estéticos e “instagrameables”, estar con mucha gente, y tener mil planes.
Sin embargo, lo cierto es que el bienestar psicológico está íntimamente ligado a la autenticidad. Y esto supone actuar en coherencia con los propios deseos y valores, no con los de los demás. Por eso es importante plantearse cómo queremos realmente pasar nuestro tiempo.
¿De verdad nos apetece irnos de ruta todos los días? ¿O preferimos pasar tardes leyendo bajo la sombra de un árbol? ¿Queremos ver a todo el mundo, o simplemente estar con alguien que de verdad nos aporta? Lo que para otros puede parecer aburrido, para nosotros puede ser el super plan. Y al final, esto es lo que importa.
El verano puede ser una invitación a revisar nuestras costumbres y lo que siempre hacemos solo porque “debemos”, “hay que” o, simplemente, porque es lo de siempre y lo damos por descontado. Aunque no se trata de llevar la contraria porque sí, sino de darse permiso para elegir, aunque eso suponga no hacer lo que se espera de nosotros.
Una vez elegidas las vacaciones soñadas a nuestra medida y no a la de los demás, más de uno se dará cuenta de que lo que le apetece, realmente, es no hacer nada. O, al menos, querrá dejar de mirar el calendario como una lista de obligaciones, para empezar a escucharse a sí mismo. Y ahí es donde entra el famoso dolce far niente italiano, que viene a ser el arte de no hacer nada o a la dulzura de no hacerlo.
Este estado, que es en realidad una elección personal, parece que en nuestros días está devaluado, cuando en realidad debería ser lo contrario. De hecho, algunos estudios en neurociencia muestran que los momentos de inactividad y divagación mental son clave para consolidar la memoria, favorecer la creatividad y regular las emociones (Smallwood & Schooler, 2015).
Porque no hacer nada no significa caer en la apatía, sino permitir que la mente divague, que el cuerpo repose y que emerjan pensamientos que normalmente quedan reprimidos en el trajín cotidiano. En vacaciones, sin embargo, podemos permitirnos el lujo del silencio, la lentitud, e incluso de cierto aburrimiento, sabiendo encima que estos momentos pueden ser profundamente fértiles.
No es necesario irse a un retiro de meditación ni desconectarse del mundo para disfrutar del silencio estival. Hay pequeñas prácticas cotidianas que pueden llegar a ser muy transformadoras y ayudarnos a reencontrarnos con nosotros mismos:
Y no se trata de irse al campo sin cobertura (aunque también puede ser una buena idea), sino de encontrar, dentro de nuestras posibilidades, esos pequeños momentos donde bajamos el volumen del resto del mundo y subimos el de nuestra propia voz. para poder escucharnos de verdad. Sólo así podremos escucharnos a nosotros mismos para entender qué necesitamos, qué sentimos, o qué queremos.
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