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Sin ánimo de entrar en apologías del cambio climático, y ateniéndonos a la realidad que sentimos en nuestra propia piel, cada vez hace más calor. O menos frío también. Aquellos inviernos en que nuestra respiración se convertía en vaho nada más salir por la mañana de casa apenas son un leve recuerdo. Pero se mantiene vivo dentro de nuestra memoria episódica, lo que viene a significar que fue real.
Tan real como estas olas de calor que caracterizan a nuestra nueva realidad climática, y que resultan insoportables. Sobre todo, durante estos días de julio a la hora de dormir. Así y todo, hay quien no renuncia a la sábana o incluso a una colchita ligera también en verano, por más que el pronóstico del tiempo adquiera el estatus oficial de noche tropical. ¿Cómo puede ser que alguien se siga tapando en plena ola de calor?
El calor no es algo que sea ajeno a nuestro bienestar, sino que nos afecta directamente a la salud, tanto física como psicológica. A medida que suben las temperaturas, es frecuente sufrir fatiga, insomnio e irritabilidad. Las noches se hacen eternas cuando el cuerpo no consigue regularse y, sin embargo, muchas personas parecen encontrar consuelo bajo el abrigo de la sábana. La paradoja está servida: ¿qué lógica tiene el cubrirnos cuando el cuerpo nos pide justo lo contrario? Lejos de ser sólo una costumbre, el hábito de taparse (aunque sea mínimamente) tiene un componente fisiológico, pero también emocional.
Dormir tapado es algo más que un gusto personal, representa un gesto aprendido y vinculado a la sensación de seguridad. De niños, la manta nos protegía simbólicamente de los “monstruos” o de cualquier amenaza exterior. En la vida adulta, ese gesto permanece como un tipo de anclaje inconsciente que nos lleva a un estado de calma. Según Michael J. Breus, psicólogo clínico y especialista en medicina del sueño reconocido internacionalmente, las mantas tienen un papel en nuestro bienestar emocional, sobre todo cuando estas son pesadas. Y no se trata sólo de una percepción subjetiva.
Al cubrirnos, se activan mecanismos neurobiológicos asociados al confort, como la liberación de oxitocina, que es la hormona del apego, además de otras como la serotonina y la dopamina, implicadas en el bienestar emocional.
El pequeño ritual nocturno de taparse, con independencia de la estación en la que estemos, contribuye así a activar el sistema de apego, ese que nos prepara para relajarnos, al sentirnos seguros y cuidados. Por ello, algo tan sencillo como el taparse con una sábana es, en realidad, una forma de tranquilizar al sistema nervioso, conectando a la vez con una sensación primitiva de refugio y seguridad.
Cuando nos vamos a dormir entra en juego el sistema nervioso autónomo, que regula funciones automáticas como la respiración, el ritmo cardíaco o la temperatura corporal. Dentro de esta estructura, el sistema parasimpático es el encargado de activar la relajación.
Taparse puede ser, en este sentido, una forma de favorecer su activación. Al hacerlo, el cuerpo interpreta que estamos en un entorno seguro, facilitando así el descenso de la alerta y preparando el terreno para el descanso.
Este tipo de respuestas fisiológicas se gestan en lo que se conoce como cerebro reptiliano, una parte ancestral del encéfalo que compartimos con los reptiles y que está diseñado para garantizar la supervivencia. A pesar de su aparente simplicidad, este cerebro arcaico sigue rigiendo aspectos esenciales como el sueño y la regulación térmica.
Por su parte, el sistema nervioso simpático, antagonista del parasimpático, es el que se activa ante amenazas o situaciones estresantes, preparándonos para el ataque o la huida. Como sabemos, esto no será necesario en una noche tropical. Sin embargo, biológicamente hablando, el factor calor se procesa como una forma de amenaza.
Así, cuando el cuerpo experimenta temperaturas extremas, se produce una respuesta de estrés térmico que activa la amígdala, una estructura clave del sistema límbico (nuestra “central emocional”) asociada con el miedo y la ansiedad.
Por todo ello, el calor no sólo nos incomoda físicamente, sino que genera un estado de alerta que puede hacer más difícil conciliar el sueño. En este contexto, cubrirse puede ser una manera de crear un microambiente que transmita al cuerpo sensación de control, incluso cuando el entorno externo sea incómodo o adverso. Exactamente como sucede en las noches de calor extremo.
Curiosamente, uno de los comportamientos típicos a la hora de dormir es el de sacar algún pie fuera de la sábana. Y aunque esto pueda parecer una manía boba, lo cierto es que tiene una razón biológica de peso.
Según algunos estudios en neurofisiología del sueño, los pies juegan un papel importante en la termorregulación. El tener una amplia superficie de vasos sanguíneos cerca de la piel, ayuda a que liberen calor corporal rápidamente. De este modo, dejar los pies al descubierto permite alcanzar ese equilibrio térmico que favorece el descanso.
Continuando con nuestras extremidades inferiores, hay evidencias que sugieren que dormir con los pies calientes, pero la cabeza fresca, facilita la conciliación del sueño. En ese sentido, taparse parcialmente podría ser un mecanismo natural para optimizar ese índice de temperatura corporal que el cuerpo necesita.
No en vano, para iniciar el sueño, el organismo debe reducir ligeramente su temperatura central, idealmente hasta situarse entre los 36 y los 36,5 grados. Y una de las formas más eficaces de lograrlo es justamente a través de la pérdida de calor por las extremidades. De ahí que cubrirse sin llegar a abrigarse en exceso, o dejar un pie fuera de la sábana, sean gestos que contribuyen, sin que apenas seamos conscientes, a facilitar ese descenso térmico que el cuerpo requiere para descansar.
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