Cómo fomentar el pensamiento crítico en niños y adolescentes
Las tres claves fundamentales con las que ayudarás a tus hijos.
A lo largo de nuestra vida iremos teniendo diferentes tipos de razonamiento, de acuerdo con nuestro momento evolutivo. Solo con los años transitaremos del pensamiento mágico de la infancia al juicio crítico que llegaremos a cultivar en la adultez. Los niños pequeños presentan un pensamiento caracterizado por una causalidad mágica e injustificada. Esto explica su fe ciega en los Reyes Magos o en el Ratoncito Pérez, por ejemplo.
Para bien o para mal, en algunos casos, al nacer todos estamos programados a creer a pies juntillas lo que nos digan nuestros padres, ya que es una cuestión de supervivencia. En este sentido, será la edad biológica la que marque la madurez cognitiva y el razonamiento que es esperable en niños.
El fenómeno de la neuroplasticidad
Distinto es lo que sucede cuando uno comienza a cuestionar lo que le dicen porque detecta incoherencias, es capaz de hacer comparaciones y de ponerlo en relación con su propia experiencia. Entonces ya hablaríamos de capacidad de discernimiento. Su inicio tiene lugar en edades tan tempranas como los cinco o seis años, pero tiene un largo camino por recorrer. Descubre cómo ayudar a tus hijos a que alcancen un buen nivel de pensamiento crítico aplicando tres claves fundamentales.
El aprendizaje y la capacidad de metacognición (pensar sobre nuestros pensamientos) tienen mucho que ver con el desarrollo del cerebro y con los hitos biológicos. Sin embargo, llegar a desplegar todo su potencial no sólo depende de la edad. También de la estimulación que reciba el niño a medida que se vaya haciendo mayor.
Qué es el pensamiento crítico
Desde hace tiempo se sabe que el cerebro es plástico y que sus conexiones se refuerzan o se podan, según la experiencia. Por eso, un entorno rico en lenguaje, preguntas y oportunidades para pensar moldeará los circuitos neuronales que sostienen el juicio y la autorregulación. Y todo esto comienza en casa, proporcionando a nuestros hijos la atención y recursos necesarios para que estas habilidades lleguen a desarrollarse.
Buen ejemplo de esta variación en el desarrollo cognitivo en niños lo tenemos en el pensamiento crítico, que es la capacidad de analizar y cuestionar la información, valorando las evidencias externas para formar un juicio propio bien fundamentado.
La experiencia de la plataforma educativa Smartick
Héctor Sanz, matemático, filósofo y profesor en la Universidad de Valladolid, es también el coordinador del proyecto Smartick Thinking, el programa de la plataforma educativa Smartick orientado a niños a partir de 7 años.
“La capacidad de análisis, que es una de las habilidades básicas del pensamiento crítico, se presenta como un recurso clave en los procesos de resolución de problemas y la toma de decisiones”, indica. “Y, para tener capacidad analítica, uno debe ser capaz de distinguir lo relevante de lo que no lo es tanto, la causa y la consecuencia, entre otras cosas”, añade.
En edades tempranas, analizar correctamente una situación, formular preguntas de calidad o evaluar las razones que apoyan actuar de un modo o de otro, “serán las habilidades que marquen la diferencia a la hora de que los niños se desenvuelvan de manera virtuosa y de manera autónoma”, asegura Sanz.
“Más aún en un mundo -como el nuestro- de una complejidad e incertidumbre crecientes, y además, aunque parezca paradójico, saturado de información“, concluye.
La base del aprendizaje crítico
En opinión del portavoz de la plataforma educativa, un programa de aprendizaje basado en el pensamiento crítico debe al menos reforzar la formación en tres cuestiones básicas
- Aprender a controlar la presión del grupo o la publicidad que circula por Internet: “Ayudar a los niños a identificar cuándo sus decisiones están influidas por lo que hacen o dicen los demás, así como las estrategias publicitarias que buscan persuadirles, les da herramientas para no dejarse arrastrar y pensar antes de actuar”. Reconocer los aspectos de esta presión es el primer paso para tomar decisiones con mayor libertad y responsabilidad.
- Reflexionar con claridad: La claridad es casi la columna vertebral del pensamiento crítico. Está presente en cualquier ejercicio reflexivo, tanto técnico como cotidiano, y su presencia determina radicalmente la calidad de los resultados que obtenemos. Enseñar a diferenciar lo importante de lo accesorio permite ordenar los pensamientos y argumentar con precisión. “Es bastante improbable que nuestros hijos puedan resolver problemas correctamente y hacer frente a situaciones complejas si no son capaces de reflexionar con claridad”.
- Hacerse buenas preguntas sobre lo que otros afirman. Formular buenas preguntas es un ejercicio difícil, pero fundamental, especialmente si aspiramos a que nuestros hijos no se sientan dominados por la inseguridad de preguntar, sino por el deseo de comprender; e igualmente, si pretendemos que sean capaces de distinguir las fuentes de información fiable de aquellas que no lo son. “En la era digital en la que estamos inmersos, no disponer de recursos en este sentido es un riesgo. Enseñar a preguntar es fomentar una mente inquisitiva y capaz de controlar su entorno desde un escepticismo razonable”.
¿A partir de cuándo podemos potenciar el pensamiento crítico?
Aunque se ha hablado mucho de la estimulación temprana, tratando de vendérnosla a los padres para que se la apliquemos a nuestros hijos desde bebés, lo cierto es que la estimulación debe ir a un ritmo acorde con su maduración biológica:
- Entre los 5–6 años aparecen las bases de un pensamiento más complejo. Se comienzan a preguntar “por qué”, a comparar y a seguir reglas simples.
- De 7 a 9 años arranca el razonamiento concreto: pueden valorar razones sencillas y detectar incoherencias evidentes.
- De 10 a 14 años mejora la metacognición: en estas edades ya contrastan fuentes y revisan su opinión si surgen mejores argumentos.
- A partir de los 15 (y en la juventud) se afina el razonamiento abstracto a través de la construcción de hipótesis, el análisis de la probabilidad y la detección de sesgos.
Por esta razón, antes de los siete años conviene priorizar lenguaje y juego, siempre con preguntas sencillas. Un entrenamiento más estructurado del pensamiento crítico debería esperar para dar sus frutos.