Foto Unsplash @robowunderkind
¿A qué colegio llevo a mi hijo? Típica pregunta que se hacen los padres cuando tienen un hijo en edad escolar, pero que se convierte en “LA PREGUNTA” cuando se trata de niños con problemas de aprendizaje. Bien porque tengan problemas de trastorno del lenguaje o bien porque tengan alguna enfermedad de neurodesarrollo elegir colegios especializados es fundamental para su desarrollo, su aprendizaje y su autoestima.
Hasta hace unos años parte del consenso estaba en “todos juntos, todos iguales”. Pero en los últimos tiempos ha surgido toda una línea de estudio y de catedráticos que defienden que “cada niño ha de tener el tipo de educación que necesita para aprender”. En los chavales que no tienen problemas esto está tirado. Los padres deciden qué tipo de educación quieren para sus hijos y qué tipo de colegio les gusta dentro de lo que se denomina “educación ordinaria”.
Los expertos del borrado social (aquellos que consideran que todos somos iguales sin considerar las necesidades) han defendido históricamente la inclusión como “fórmula para que los niños con necesidades especiales se escolaricen”.
Una aberración que ahora los expertos pedagogos de vanguardia entienden que hay que combatir, por el bien superior del menor, en primer lugar. A cambio proponen colegios “especializados” que inciden en las necesidades del menor como centro de todas las decisiones educativas.
La tendencia más importante y la que mejor resultados da a medio y largo plazo es buscar centros específicos que cubran las necesidades educativas de cada niño. Porque además de buscar la excelencia educativa en el aprendizaje, permiten a estos chavales adquirir las herramientas necesarias para una inclusión en educación ordinaria en el medio plazo. O incluso una preparación mucho mayor para seguir el cauce educativo en las etapas superiores.
Es decir, colegios especializados en alumnos con Síndrome de Down, para alumnos con diferentes grados de TEA o para alumnos con trastornos del lenguaje y afasias. O lo que es lo mismo: colegios que responden a las necesidades del niño y no de sus padres; y del estigma social que se abre en torno a todo lo que tiene que ver con necesidades especiales derivadas de trastornos o síndromes del neurodesarrollo.
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