Carmen vuelve al Teatro Real 150 años después de su estreno
La ópera Carmen, de Bizet, no obtuvo el éxito que se esperaba cuando se estrenó en 1875 pero la versión que llega al Real esta Navidad promete ser un éxito.
Entre el olor a castañas de la Plaza de Oriente y las luces doradas del Teatro Real, Madrid se prepara para unas Navidades con acento francés, sangre andaluza y psicología lorquiana. Del 10 de diciembre al 4 de enero, la ópera Carmen vuelve al coliseo madrileño en una nueva producción firmada por Damiano Michieletto, en coproducción con la Royal Opera House de Londres y La Scala de Milán.
No parece que vaya a ser “otra” Carmen para turistas. Esta producción se anuncia como un espejo incómodo -y muy atractivo- sobre el deseo, la libertad y la violencia que seguimos arrastrando en pleno siglo XXI.
Confieso que Carmen fue la primera ópera que vi en mi vida, en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Y es, en buena medida, una de las razones por las que acabé dedicándome a la música. Por muy conocida que sea la historia, en cada nueva producción volvemos a vernos retratados de una u otra forma.
En esta ocasión, el juego es doble. Y es imposible pasar por alto las similitudes entre los arquetipos y las tensiones sociales y morales del libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy; y el universo lorquiano que nos evoca, por ejemplo, “La casa de Bernarda Alba”. Esta vez, la gracia -o el arte- pasa por leer a Bizet con unos ojos aún más simbólicos.
No puedo dejar de comentar una coincidencia de la cual tengo gran orgullo. “La casa de Bernarda Alba” se estrenó en España en 1950 con la actriz María Luisa Romero, dirigida por José María de Quinto, mis suegros.
Gitanos, honra y represión: la Andalucía lorquiana en clave setentera
La psicología gitana y andaluza que tanto fascinó a Lorca aparece en Carmen filtrada primero por la mirada francesa del XIX y ahora por la nuestra, en pleno 2025. En el montaje de Michieletto, los personajes marginales no son caricaturas exóticas, sino cuerpos en equilibrio precario y funambulista.
Trabajan en la economía sumergida, coquetean con la ilegalidad, negocian cada día con la policía, los toreros, los turistas.
Un pueblo convertido en círculo casi infernal
Michieletto sitúa la acción en los años 70, en un pequeño pueblo mediterráneo, polvoriento y claustrofóbico. Nada de postal folclórica: aquí la España castiza tiene tono sepia de foto encontrada en una caja de zapatos.
La idea de Paolo Fantin convierte el escenario giratorio en un espacio cerrado: comisaría, club nocturno, almacén, callejón… Lugares reducidos donde todo el mundo mira, juzga y vigila a todo el mundo.
En este entorno, Carmen deja de ser un mito abstracto para convertirse en una mujer muy concreta. Una heroína empoderada pero vulnerable, que sabe que su libertad tiene un precio altísimo.
Uno de los puntos más sugerentes de esta producción es la aparición escénica de la madre de Don José, personaje que en el libreto solo se menciona. Aquí, Michieletto le concede presencia física y casi onírica y su sombra se insinúa desde la obertura a través de un leitmotiv asociado a ella. Es el arquetipo de la matriarca que se presenta como madre abnegada y sacrificada, pero que mantiene a su hijo atrapado en una inquietante deuda emocional, una forma de chantaje afectivo.
En esta atmósfera opresiva, la culpa, la honra y la mirada del pueblo pesan tanto como la propia partitura. Ahí comienza, de lleno, un microcosmos cerrado donde los personajes parecen condenados de antemano, como también en “Bodas de sangre”. No estamos en la Sevilla idealizada de las postales ni en una fábrica de cigarros romántica, sino en un ecosistema social que se devora a sí mismo.
Amor, deseo frustrado y pulsión de muerte
En el centro de esta Carmen late un triángulo que no es solo sentimental, sino casi clínico.
Carmen encarna el deseo libre, el cuerpo que decide, el “ya no te quiero” pronunciado sin titubeos. También cabe la posibilidad de que Carmen sea una mujer tóxica, casi embriagada por el drama, irremediablemente atraída y enamorada del conflicto.
Don José es el hombre desgarrado entre el deber, la culpa y una pasión que no sabe gestionar. O quizá como un muchacho inmaduro y cobarde, incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos.
Escamillo representa la virilidad pública, la fama, el cuerpo convertido en espectáculo. O a lo mejor un narcisista absoluto que, al menos, es coherente con sus convicciones.
Bizet dibuja esa tensión del amor no consumado -o directamente imposible- como motor de destrucción con una precisión casi quirúrgica. Y esta producción la amplifica con una lectura psicológica que se acerca a la de tantos personajes del poeta granadino. Cada gesto, cada mirada, cada silencio empuja hacia el desenlace fatal.
El tema de la honra se actualiza en clave de reputación social, de ese “qué dirán” que hoy se ejerce tanto desde el bar de la esquina como desde las redes sociales. Carmen paga caro no solo su libertad sexual, sino el simple hecho de no pedir perdón por existir.
Liderazgo y reparto de lujo
Eun Sun Kim, cuya carrera comenzó en el Teatro Real en 2008, estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y de los Pequeños Cantores de la ORCAM en todas las funciones. Con excepción de las de los días 3 y 4 de enero, que serán dirigidas por Iñaki Encina.
En el rol titular se alternan Aigul Akhmetshina, J’Nai Bridges y Ketevan Kemoklidze, tres Cármenes de perfiles vocales y escénicos muy distintos, pero igualmente carismáticos.
A su lado, una galería de voces masculinas de primer nivel: Charles Castronovo, Michael Fabiano, Lucas Meachem, Luca Micheletti, Dmitry Cheblykov, junto a las sopranos Adriana González y Miren Urbieta-Vega. Para cualquier amante de la voz, es un auténtico festín.
Navidad, belleza vocal y tragedia
En una ciudad donde el plan navideño estándar oscila entre la cena de empresa y la enésima foto con luces de fondo, cruzar las puertas del Teatro Real para ver esta Carmen es un privilegio a muchos niveles.
Es, además, una cita histórica: se celebra el 150 aniversario del estreno de la ópera (1875–2025). Una obra que sigue interpelándonos como si hubiera sido escrita ayer.
En qué fijarte si vas a ver Carmen al Teatro Real
Para saborearla aún más, vale la pena entrar con algunos detalles en mente:
1. Escucha los leitmotivs. Esos pequeños temas musicales que vuelven una y otra vez. El motivo del destino, el de Carmen, el de Don José… funcionan como un mapa emocional secreto. En esta producción se percibe, con especial claridad, el motivo asociado a la Madre ya desde la obertura.
2. Observa el espacio. Fíjate en cómo el decorado giratorio cierra o abre el mundo de los personajes, en qué momentos se vislumbra horizonte y cuándo todo se reduce a una habitación sin aire. El espacio físico es casi un personaje más.
3. Disfruta de las miradas, de las harmonias, de los “palos” y los ritmos españoles en la musica francesa. Identifica las dos Españas, no exactamente a las que se refería Machado. La de Carmen, gitana sevillana cuando decide dejar a Don José, militar de Navarra. La de Micaëla cuando comprende que ha perdido la batalla. Y la del carismático torero Granadino Escamillo cuando entra sabiendo que, durante unos minutos, todo el pueblo le pertenece.
4. Piensa en Lorca. En sus verdes imposibles, en sus lunas afiladas, en sus caballos desbocados. No hace falta que nadie lo nombre: su universo simbólico se cuela entre los compases de Bizet casi sin pedir permiso.
5. Déjate atrapar por el duende. Ese momento en el que la voz, la orquesta y la escena se alinean y el tiempo se detiene. No se puede programar, pero cuando aparece, lo reconoces al instante.
El incomprendido estreno de Carmen
Conviene recordar que Georges Bizet murió de un ictus apenas tres meses después del fiasco del estreno de Carmen. Cuesta creer que una obra tan absolutamente brillante, donde no hay una sola nota de más y todo está pensado para que el drama avance sin tregua, fuera recibida con frialdad.
Quizá el fracaso inicial tenga que ver con el boicot silencioso de una sociedad hipócrita que veía como un escándalo que esposas e hijas escucharan en la ópera la misma melodía que muchos caballeros conocían de las “maisons de tolérance” -los burdeles “respetables”- del París de la época. No olvidemos que la célebre Habanera se basa en una melodía preexistente, muy popular en esos “salones decentemente amueblados”.
Tal vez, al salir de nuevo a la Plaza de Oriente, con el frío de diciembre en la cara y el eco de la Habanera todavía en la cabeza, tengas la sensación de que algo en ti ha cambiado. Es lo que me ocurrió aquella primera vez que vi Carmen. Y sospecho que seguirá ocurriendo mientras haya alguien dispuesto a cantar, mirar y vivir como si la libertad valiera más que el miedo.
