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¿Es recomendable implantar la jornada laboral de cuatro días semanales?

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La idea es muy jugosa. A priori, todo parecen ventajas. ¿Te imaginas cómo sería disfrutar de un fin de semana de 3 días, por sistema? Son pocas las ocasiones que tenemos a lo largo de todo el año para juntar un viernes o un lunes al sábado y el domingo; y las esperamos con ansia. Pero en el plano psicológico, ¿la implantación de la jornada laboral de cuatro días sería beneficiosa para todo el mundo? ¿Potenciaría o perjudicaría la productividad de los trabajadores? ¿Y conllevaría tantas ventajas como para que mereciese realmente la pena introducir un cambio tan grande en las dinámicas de funcionamiento de millones de personas?

La jornada de cuatro días, considerando todas las variables, podría mejorar la productividad

¿Jornada impuesta o consensuada?

Pues bien, todo parece depender de si hablamos de una medida elegida y consensuada o si, por el contrario, se trata de una imposición. En el primero de los casos, y suponiendo que la jornada laboral de cuatro días semanales mejorase sustancialmente o bien la calidad de vida, en general, o bien la conciliación familiar en particular, ya merecería la pena, y mucho, valorar su implantación.

Estaríamos hablando de familias en las que esta nueva dinámica semanal facilitase la logística diaria. Para que entre ambos padres (y los abuelos o el resto de la familia, si se dispone de esa suerte) el cuidado de los hijos, de la casa y el tiempo en familia pudiera distribuirse de manera más constructiva. O podríamos hablar también de cualquier perfil de persona que afirma que trabaja para vivir, y no al contrario. Personas con potentes intereses culturales o de ocio, que de este modo pudieran enriquecer sus quehaceres cotidianos. Las ganancias personales en este sentido serían tan elevadas como para considerar la viabilidad de un cambio.

Si la medida sirviera para favorecer la conciliación familiar, merecería la pena intentarlo. Foto: Unsplash

Trabajo  y descanso, la apuesta segura

Sabemos, además, que cuando aumentan los niveles de satisfacción en un área de vida significativa, esto repercute necesariamente sobre las demás. Y, en este sentido, tanto esfuerzo y trabajo como descanso y bienestar son dos conceptos complementarios, ambos muy amigos de la productividad. La motivación hacia el trabajo también es mayor cuando el trabajador se siente cuidado, bien tratado, cuando las contingencias y los incentivos que percibe son suficientemente reforzantes. Hablaríamos, por lo tanto, de una interesante interacción entre factores que tradicionalmente no se han tenido tan en cuenta como realmente lo merecen.

Ahora bien, no olvidemos la realidad del contexto laboral y económico en el que nos encontramos. Y no olvidemos tampoco que parte del argumentario a favor de la condensación de los días de trabajo tiene que más que ver con la reducción de los niveles de paro nacional que con el aumento de la satisfacción o la productividad laboral de los españoles. Por lo tanto, tendríamos que hablar de trabajar cuatro horas en semana a cambio de una bajada sustancial de los ingresos. O de imponer jornadas de cuatro días a la semana pero abusivas en cuanto a horarios, intensidad y carga de tareas. Porque entonces el impacto, desde el punto de vista humano, no hay modo de que sea favorable. Ni para la empresa (que no veo cómo podría ser más productiva contando con una plantilla enfadada y enfrentada) ni para el trabajador (desbordado e indefenso).

Trabajar menos días pero con peores condiciones no facilitaría nada las cosas

Revisiones para la jornada laboral de cuatro días

Por todo ello, la clave del cambio no tendría tanto que ver con los cuatro días de trabajo, que permiten redactar titulares inmensamente atractivos pero que en sí mismas carecen de significado real, sino mas bien con la reestructuración de nuestro acercamiento al concepto de trabajo. La medida por sí sola no podría ser garantía de ningún tipo de cambio relevante si no lleva aparejada la revisión de ciertos aspectos culturales, muy arraigados en nuestra sociedad, directamente relacionados con el modo en el que concebimos la actitud hacia el trabajo.

Por ello, con la garantía de salarios más que dignos, y con unas reglas del juego bien definidas y respetadas por todas las partes, el equilibrio entre los 3 días de descanso y los 4 días de trabajo a la semana solo sería viable si fuera acompañado de psicoeducación en cuanto a la organización del trabajo y el lugar que ocupa en nuestras vidas, reeducación en términos de aprovechamiento del tiempo, extinción de la presencialidad improductiva y flexibilidad para aunar las necesidades estructurales y circunstanciales tanto de la empresa como del trabajador. De nada sirve cambiar las formas si no atendemos al fondo.

Ana Villarrubia

Psicóloga, terapeuta de pareja. Dirijo el centro sanitario ‘Aprende a Escucharte’ y colaboro en medios. Me interesan las personas: cómo actuamos y cómo nos relacionamos.

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