Descubre si has entrado en bucle en tus relaciones y cómo salir
Lejos de lo que parece, el triángulo de Karpman no va de villanos, sino de repartir mejor las responsabilidades y volver a una relación más adulta.
La convivencia es maravillosa cuando lo es, pero también puede convertirse en una pesadilla. Sobre todo, cuando ciertas escenas de tipo dramático comienzan a ser repetidamente sospechosas, por cansinas y absurdas: uno siente que carga con todo, el otro se defiende o se aleja, alguien explota… Y al día siguiente, vuelta a empezar. Lo peor es que no solemos verlo porque estamos demasiado implicados. Además, con la frustración, se produce un bloqueo que nos impide pensar con claridad.
Sin embargo, cuando los roces de la vida en común se convierten en un vaivén demasiado previsible y las broncas son siempre las mismas, es por algo. Casi con total seguridad hemos entrado en un Triángulo dramático. Descubre lo que es y cómo salir de él para cortar el bucle y mejorar tus relaciones.
Qué es el triángulo dramático y de dónde viene
En psicología, comprender lo que nos sucede y ponerle nombre generalmente ayuda a mejorar la situación. Y en este caso, el Triángulo dramático de Karpman describe los tres papeles que solemos adoptar cuando hay tensiones con alguien: Víctima, Perseguidor y Salvador.
Estos roles no hablan de cómo somos, sino de las posiciones que ocupamos sin darnos cuenta para manejar el estrés en un momento dado. Ese que tiene lugar casi todos los días, y cuando las exigencias de lo cotidiano nos ponen a prueba.
El modelo fue propuesto en 1968 por el psiquiatra Stephen B. Karpman, dentro del Análisis Transaccional, una rama de la psicología iniciada por Eric Berne. Según esta escuela, en la vida diaria nos relacionamos a través de “transacciones” y juegos psicológicos disfuncionales. Karpman lo representó como un triángulo invertido: arriba estarían el Perseguidor y el Salvador y abajo, la Víctima.
Su objetivo no era etiquetar a las personas, sino ayudarlas a ver lo que sucede cuando cada uno ocupa una esquina del triángulo. El resultado es que la dinámica se vuelve improductiva y rara vez resuelve algo.
La Víctima
¿Cómo es? No siempre es alguien objetivamente victimizado, sino que es un rol que tiene que ver con la autopercepción. En este caso, la persona se siente sin poder y en situación de indefensión. En la queja cotidiana sería ese “no puedo”, “estoy solo”, o “nadie me ayuda”.
Además de la sensación de impotencia, en la víctima suele aparecer una atención selectiva a los obstáculos y a las carencias (“no tengo tiempo”, “no me salen las cosas”), junto con una infravaloración de sus recursos reales. Al margen de sus pensamientos, en lo conductual y respecto al otro, surgirán reproches indirectos en forma de suspiros, silencios o quejas desde el típico “ya da igual”.
¿Por qué se mantiene el rol? La víctima suele obtener algunos “premios” inmediatos- en forma de comprensión, de que otros asuman tareas, o de evitar riesgos- que, sin querer, consolidan ese papel. A la hora de rotar en el triángulo, podrá alternar momentos de desborde emocional con retirada, e incluso pasar a ser Perseguidor (“con todo lo que aguanto…”) si siente que no la ven o no la cuidan. Dentro de la familia y de la pareja, la víctima se expresa en cargas descompensadas, sobreesfuerzo y sensación crónica de soledad.
El Perseguidor
¿Cómo es? Este rol en el triángulo se corresponde con el que critica, presiona o castiga. Y aunque a veces tenga parte de razón y su queja sea legítima, tiende a elevar el tono y consigue que el otro se cierre: “siempre llegas tarde”, “ya te vale”, “desde luego”… Su foco está en el error ajeno y en la norma, con necesidad de control y poca tolerancia a la frustración. En su actuación, el perseguidor podrá ser directo, emitiendo órdenes y reproches, o indirecto, a través del sarcasmo, la ironía o los silencios punitivos.
¿Qué lo mantiene ahí? El “premio” de este rol es sentirse fuerte, tener razón o lograr que el otro reaccione. Sin embargo, el coste puede ser demasiado alto, generando miedo o defensa en el otro, además de deteriorar la confianza y alimentar un bucle agresivo-defensivo.
El Perseguidor muchas veces lo es por estar sobrecargado o por no saber pedir ayuda sin sonar a ataque. Por ello, con frecuencia se mueve después hacia el rol de Víctima (“nadie me comprende”) cuando nota el rechazo del entorno. Otras veces se convertirá en el Salvador cuando, tras la crítica, intente “arreglar” lo que él mismo tensó.
El Salvador
¿Cómo es? Por su parte, el Salvador es el que asume el rol de “arreglar” lo de los demás, contrayendo responsabilidades que no le corresponden. Es decir, ayuda y resuelve aunque no se lo pidan. Con ello y sin querer, refuerza la dependencia del otro, a veces, incluso infantilizándolo. Lo que lo define es hacerse cargo de lo ajeno y, sin querer, restar responsabilidad al otro.
¿Qué motiva al Salvador? Este papel suele activarse con las prisas y parte de una buena intención. Al estilo “así se soluciona antes”. Su “premio” inmediato es, pues, el sentirse útil, necesario o en control de la situación. Sin embargo, el precio es doble, ya que se traduce en sobrecarga personal y en aprendizaje cero para el otro. En su forma de actuar, propone soluciones antes de escuchar, anticipa tareas (“ya te lo dije”) y minimiza el malestar propio.
Otras veces, se justifica con el clásico “yo solo intento ayudar” cuando en realidad evita poner límites o tolerar la incomodidad ajena. Con frecuencia, tras rescatar una y otra vez, terminará por rotar hacia el rol de Víctima (“nadie valora lo que hago”) o a Perseguidor (“¡con todo lo que hago por ti!”).
La trampa está en la rotación
Una característica clave del Triángulo dramático es que los roles rotan: quien empieza de Salvador acaba agotado y pasa a Víctima, y de ahí salta a Perseguidor. Y así, sucesivamente, se producirán muchos movimientos emocionales, pero pocos cambios reales. Karpman subrayó que estos roles “enganchan” porque dan una recompensa rápida, como el sentir que tengo razón o que soy imprescindible, pero a medio plazo empobrecen la relación.
Aunque se ve mucho en relaciones amorosas, aparece también entre padres e hijos, entre hermanos, en las amistades y hasta en equipos de trabajo. Es decir: es un patrón que se puede reproducir en cualquier relación con un cierto vínculo de intimidad o dependencia.
Las red flags de estar dentro de un triángulo
- Sensación de estar en bucle y de discutir siempre por lo mismo.
- Mucha queja y poca petición concreta.
- Ayudas no solicitadas que acaban en resentimiento.
- Lenguaje en términos absolutos (“siempre”, “nunca”) y cuentas mentales.
- Sensación de hartazgo.
Cómo resolverlo
Lejos de lo que parece, el triángulo de Karpman no va de villanos. Muchas veces salvamos porque nos importa, perseguimos porque estamos desbordados y nos sentimos víctimas porque llevamos demasiado tiempo sufriendo en silencio. Por ello, el objetivo no es culpar a nadie, sino repartir mejor las responsabilidades y volver a una relación más adulta.
Salir del bucle pasará inicialmente por identificar nuestro propio rol, haciendo memoria de la última discusión que tuvimos y por dónde entramos. Esto nos permitirá cambiar el papel hacia sus alternativas funcionales: pasar de Víctima a Creador (al centrarnos en el siguiente paso posible), de Perseguidor a Desafiante (marcando límites con respeto) y de Salvador a Coach (ofreciendo apoyo sin asumir lo que no nos corresponde).