El curioso fenómeno de la agresión tierna que hace querer “comernos” a los bebés
Una respuesta de tu cerebro a la sobrecarga de ternura que quizás no sabías que tenías.
Pocas cosas hay tan universales y difíciles de confesar a la vez como ese deseo casi irrefrenable de pellizcarle las mejillas a un bebé cuando aparece ante nosotros todo rollizo y sonriente. O, lo que es peor, de morderle el dedito del pie mientras le decimos barbaridades tipo “¡Me lo como!, ¡A este niño me lo como!”. Aunque a todos nos ha pasado, si nos paramos a pensarlo fríamente, parece un comportamiento algo bizarro por nuestra parte, ya que no deja de ser una especie de agresión.
Sin embargo, no debes sentirte culpable por incurrir en una reacción así. Este tipo de impulso agresivo frente a algo tan dulce como un bebé o un cachorrito de perro no sólo está reconocido y tiene nombre, sino que tiene una explicación neurobiológica.
Qué es exactamente la agresión tierna
Este comportamiento tan curioso, conocido como en español como “agresión tierna” es una traducción del inglés cute aggression y sirve para describir una respuesta completamente normal del cerebro. De hecho, es tan común, que forma parte del espectro de reacciones humanas esperables, aunque lo cierto es que puede resultarnos, como mínimo, desconcertante.
¿Por qué una imagen dulce nos provoca ganas de morder o apretar? ¿Acaso estamos mal de la cabeza? Lejos de eso, es un impulso más frecuente de lo que parece y tiene su razón de ser en la forma en que nuestro sistema nervioso regula la intensidad emocional.
Es una forma de compensación emocional
El término fue acuñado en 2015 por la neurocientífica de la Universidad de Yale Oriana Aragón, quien investigó por qué algunos adultos muestran respuestas agresivas frente a estímulos enternecedores. Según sus estudios, se trataría de una forma de compensación emocional que utiliza el sistema para autorregularse. Aunque no se trata de una agresión real, claro.
En este caso, la forma de regularse y de volver al equilibrio que tiene el cerebro es introduciendo una señal contraria al input o estímulo. Es decir, con una respuesta agresiva, como pueda ser el impulso de achuchar o estrujar. Esta funcionaría como una especie de freno o equilibrio ante la sobrecarga emocional provocada por tanta belleza y dulzura. En otras palabras: cuando algo nos produce demasiada ternura, se activa en paralelo un reflejo de tipo agresivo para evitar que nos desbordemos emocionalmente.
Qué dice la neurociencia
El neurólogo Baibing Chen, conocido como Doctor Bing en redes sociales, explica este fenómeno de forma muy clara en uno de sus vídeos virales. Con más de 150.000 seguidores en Instagram (@doctor.bing), este médico formado en la Clínica Mayo y en la Universidad de Michigan, es una referencia tanto en epilepsia como en divulgación de salud cerebral.
Según afirma el doctor influencer: “Este tipo de respuesta es una paradoja emocional. Nuestro sistema de recompensa se activa cuando vemos algo extremadamente mono, como un bebé o un animalito. Pero si la recompensa es demasiado intensa, el sistema límbico lanza una respuesta contraria para ayudar a procesar el estímulo sin colapsar”. Además, esa “respuesta contraria” puede ser verbal (“¡te voy a comer de lo mono que eres!”) o incluso física: ganas de apretar, estrujar o incluso llorar.
¿Origen cultural o universal?
Aunque podríamos pensar que se trata de una reacción cultural, parece que no es así. Estudios recientes indican que la agresión tierna está presente en personas de culturas muy diversas, lo que apunta a una base biológica común. De hecho, los investigadores creen que esta respuesta tiene una función evolutiva. El argumento es que tal vez, el permitir que regulemos la sobrecarga de ternura, nos ayude a cuidar a nuestras crías eficazmente sin quedar emocionalmente paralizados por lo adorables que son.
El papel de las hormonas en todo esto
A pesar de las teorías evolucionistas, que son siempre tan socorridas, si hay algo cierto en el fenómeno de la agresión tierna es la involucración de los neurotransmisores, que al final son los que mandan. La oxitocina, por ejemplo, conocida como “la hormona del amor”, tiene mucho que ver.
Al ver una imagen extremadamente tierna, el cerebro libera esta hormona, generando una respuesta emocional intensa. Pero si esa intensidad supera cierto umbral, otras regiones cerebrales (como la amígdala) pueden entrar en acción para equilibrar la emoción. Como explica el propio Dr. Bing: “Es como si el cerebro dijera: esto es demasiado. Para protegerte, añado una pizca de lo contrario”.
La dopamina tiene otra función menos conocida
Y aunque suele hablarse más de la oxitocina cuando se trata de respuestas emocionales intensas, la dopamina está especialmente presente en la llamada agresión tierna. Este neurotransmisor —clave en el circuito de recompensa del cerebro— se libera en grandes cantidades cuando vemos algo que consideramos entrañable o irresistible.
Es, en esencia, lo que nos hace sentir placer ante lo bonito. Pero además del disfrute, la dopamina tiene otra función menos conocida: es la que nos obliga a hacer algo, activando nuestra motivación para actuar.
En este caso, no solo nos hace sonreír y derretirnos ante el bebé, sino que nos empuja a “hacer algo”. Esa acción puede ser un achuchón, un comentario exagerado o incluso una expresión de falsa agresividad. Es una forma física o verbal de procesar ese exceso de estímulo positivo.
Squishies: un achuchón mucho más funcional en forma de juguete
Por todo lo anterior, si alguna vez has sentido ganas de estrujar a un bebé por lo adorable que es, no te preocupes: tu cerebro está funcionando con normalidad. Pero, por si acaso, mejor canaliza ese impulso con un squishy.
Aunque no hay pruebas directas de que se diseñaran pensando en la agresión tierna, estos muñecos blanditos y adorables parecen hechos a medida para satisfacer ese curioso impulso que mezcla la dulzura con la agresividad. En este sentido, los squishies ofrecen una válvula de escape inofensiva para un mecanismo muy humano.