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Marrakech, paraíso azul de famosos y otros colores

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Acabo de regresar de unos días de reposo en Marrakech. Y como cada vez que voy, me he vuelto a equivocar. Imbuido por mi fantasía sin límites, pienso en la ciudad como lo que fue, no como lo que es. Aterrizar de noche también ayuda a que la imaginación pinte otros colores, aparte del azul, en un paisaje que aún debe pasar unas horas para enseñarme cuáles son los actuales.

Luego, al atravesar la plaza de Jamma el Fna, a esa hora ya vacía de un mundo multicolor que aún no sé si me gusta, me disgusta o me asusta, todavía creo que veré salir del Café La France a Goytisolo despidiendo al último de sus contertulios, como antes lo hacía en el Café Argana.

El bullicio del día contrasta con la calma de la noche. Foto: Annie Spratt

Celebrities que pasaron y que pasan…

Pero nadie sale de ninguna parte y ni siquiera Paul y Jane Bowles me van a llevar a Le Comptoir, del que hubieran sido adictos. Por la plaza, hoy, y menos a esa hora, no deambulan ya Tennesse Williams, Truman Capote, Gore Vidal ni Kerouac, de fiesta en cualquier riad, y mucho menos Mario Visconti o Cecil Beaton, reposado en brazos de Morfeo o cualquier otra deidad más cercana.

No. Por Jamma el Fan, a esa hora, ya no pasa nadie. Las celebridades vienen ahora de paso porque otros lo pusieron de moda, celebran fiestas más mundanas (vulgares) y las cuelgan en Instagram enseguida para que el mundo sepa de su poderío.

Los jardines de Marjorelle merecen una visita. Foto: Zoltan Tasi

Lugares increíbles

Ni siquiera van al museo beréber en los jardines del pintor Jacques Marjorelle, que son una delicia de color vivo incitador hasta el exabrupto conjugado con flores y plantas que a a veces son altísimas palmeras y otras sofisticados cactus en flor de tronco añejo. 

Ni tampoco a los de Yves Saint Laurent, a los que se accede por una minúscula puerta y que se enseñan de viernes a lunes (la casa, no). Ni el museo de éste, exquisitamente bello como breve con trajes, cuadros, accesorios y proyecciones sin fin.

El bullicio se mezcla con la tranquilidad de las callejuelas. Foto: Amy Elting

Artesanía y cine en sus calles

Ha cambiado todo mucho. Apenas queda rastro de aquel Marrakech que me hubiera gustado compartir y conocer, desgranar y consumir. Ahora queda el incesante duelo entre el silencio de algunas calles de la Medina y el estrepitoso alboroto de otras; el fresquillo turbador de unas y el apabullante bochorno de otras casi pegadas.

Con la diferencia de los artesanos de piel, exquisitos a precios muy asequibles (los objetos de Place Vendôme si llevaran el anagrama podrían ser de Hermès), y las falsificaciones que sin pudor venden en las atestadas callejuelas de cada vez más difícil tránsito. Y eso que gracias a las ayudas internacionales están cambiando el asalto, sustituyendo las puertas de hierro por las de madera y colocando protectores para que el sol deje de ser el enemigo del comprador.

Las especias, la artesanía y los colores, señas de identidad de la ciudad. Foto: Ferran Feixas

Algo que ya regaló a la ciudad Sarah Jessica Parker cuando produjo aquí la segunda parte de ‘Sexo en Nueva York’. Aunque la acción transcurría en Abu Dabi, el equipo se trasladó a Marrakech ante la prohibición de rodar allí un filme que lleva sexo hasta en los títulos de crédito.

Aquí encontró la tranquilidad de un país donde el alcohol no está permitido, pero se encuentra en todas partes, mientras que una cerveza sin alcohol a veces no la hay ni en el exquisito Café de la Poste, sede del pijerío francés o sus imitadores locales, que haberlos, haylos.

Los colores y la quietud de los riads siguen atrayendo a vips de todo el mundo. Fotos: Annie Spratt

Lugar de moda para VIPs

Los más jóvenes del lugar ríen al recordar los fastos del cumpleaños de Madonna (que se alojó en el riad de la hermana de Richard Branson en la entrada de la Medina) y las locuras exquisitas de los Beckham en su fiesta de cumpleaños. De los disfraces de la primera y las sofistificaciones de Victoria en la segunda.

Pero todas acaban pasando por la casa-palacio-tienda de Mustapha Blaoui, a escasos metros del increíble riad de los Bvlgari, uno de cuyos honores es lograr que te inviten a un cuscús en un apartado del lugar, que es como estar comiendo en la cueva de Ali Baba. No sé si es costumbre, pero por estas fechas suelen visitarle (y comprar) dos de sus amigas más fieles: con apenas 48 horas de diferencia han pasado por allí la duquesa de Cornualles y Paloma Picasso. Y este año no han fallado: la semana pasada estaban ahí.

*Foto de portada: Zoltan Tasi

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