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En los últimos años, parece que la ansiedad se ha convertido en esa eterna compañera que viaja con todos nosotros en algún momento de nuestra vida. Su presencia, ya sea puntual o intermitente, es algo con lo que contamos. Sabemos que aparecerá en situaciones de vulnerabilidad personal o ante eventos estresantes que amenacen nuestra rutina y bienestar. Tal vez por eso se tiende a minimizar en importancia, y son muchos los que deciden obviarla.
Unas veces, recurriendo a algún medicamento que podrá recetarle el médico. Otras, simplemente, no haciendo nada. Sin embargo, estas actitudes podrían llegar a cronificarla, derivando en síntomas todavía peores, o incluso generando una dependencia de las pastillas.
Cualquiera que sea tu trastorno de ansiedad, puntual o generalizado, te conviene tratarlo. Y la mejor manera de comenzar es identificando lo que te pasa. Te explicamos cuáles son los trastornos de ansiedad más frecuentes y cómo se tratan desde la psicología.
La fobia simple, también llamada fobia específica, es un trastorno de ansiedad caracterizado por un miedo intenso y persistente hacia un objeto, animal o situación concreta. Ejemplos típicos son el miedo a algún animal, a ver sangre o a volar en avión. Aunque la persona reconoce que su miedo es irracional, este puede provocar una fuerte reacción física y emocional, y llevarla a evitar sistemáticamente el estímulo temido.
En la génesis de las fobias suele haber algún episodio inicial concreto que llevó a condicionar el miedo, aunque no siempre es así. Por ejemplo, tener miedo a los perros porque te mordió uno. En cualquier caso, el psicólogo tratará de averiguarlo.
El enfoque terapéutico principal es la exposición gradual al estímulo temido en un entorno seguro y bajo guía profesional. El objetivo es “desensibilizar”, reduciendo la respuesta de ansiedad aprendida, y ayudando al paciente a comprobar que no hay un peligro real. La intervención suele incluir técnicas de visualización, relajación y adquisición de herramientas de afrontamiento antes de la exposición real.
El ataque de pánico se manifiesta a través de una crisis de ansiedad física muy intensa e inesperada y que asusta mucho a la persona. Sobre todo, la primera vez que le sucede. Tanto es así, que puede llegar a pensar que está a punto de morir. Aunque no tiene por qué volver a repetirse, es habitual que lo haga, sobre todo porque la persona empieza a obsesionarse con que le va a pasar otra vez. Cuando esto se cumple y empiezan a reiterarse los ataques, ya hablaríamos de trastorno.
Lo más grave del caso es que el miedo a que vuelva a suceder a menudo llevará a la persona a adoptar comportamientos evitativos. Así, típicamente dejará de ir a sitios donde crea que le puede volver a dar otro ataque.
Si la evitación se repite en el tiempo, se puede llegar a generalizar, interfiriendo gravemente en la vida del individuo. En los peores casos, la persona puede llegar a dejar de salir de casa por miedo a perder el control y no disponer de ayuda o forma de escapar. En ese punto, ya hablaríamos de “trastorno de pánico con agorafobia”, que es su forma más grave.
La terapia se centra en entender el ciclo de la ansiedad, identificar los desencadenantes, reducir la evitación y procurar una exposición progresiva a las situaciones temidas. También se entrenan habilidades de regulación emocional y respiración.
El conocimiento de cómo funciona el sistema nervioso autónomo ayudará al paciente a desactivar el miedo. En este sentido, a pesar de clasificarse como trastorno de ansiedad, es una sintomatología activada por el sistema límbico y emocional. Por tanto, no responde a los ansiolíticos, pero sí a los antidepresivos.
La fobia social es un tipo de trastorno de ansiedad que se manifiesta como un miedo intenso y desproporcionado a la interacción social. A menudo se confunde con la timidez, pero una y otra no son lo mismo.
Mientras que la persona tímida puede sentirse incómoda al principio en situaciones sociales y luego adaptarse, el que padece fobia social evita activamente estos contextos o los soporta con gran sufrimiento.
¿Dónde está el problema? El temor del fóbico social gira en torno a la idea de ser juzgado, de hacer el ridículo o no saber cómo actuar. Este malestar, además, puede aparecer incluso en reuniones pequeñas o con personas conocidas.
El tratamiento psicológico de la fobia social se centrará en primer lugar en reducir la ansiedad que provocan los encuentros sociales, proporcionando técnicas de autorregulación emocional y entrenamiento en habilidades sociales.
A continuación, se trabajará sobre las creencias negativas que sostienen el miedo al juicio externo, así como en la exposición progresiva a las situaciones temidas. Este proceso se realiza de forma gradual y siempre dentro de un contexto terapéutico seguro, en el que el paciente pueda avanzar a su propio ritmo.
El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) se caracteriza por la presencia de obsesiones en forma de pensamientos, rumiaciones, imágenes o impulsos no deseados y recurrentes que generan ansiedad. Para aliviar esta ansiedad, aparecen las compulsiones, que son conductas repetitivas, físicas o mentales, nacidas de un pensamiento mágico e irracional.
Por ejemplo, una persona puede sentir la necesidad de lavarse las manos una y otra vez, porque su obsesión le dice que “si no se lava las manos tres veces, su hermana va a morir”. A diferencia de otros trastornos, el foco aquí está en el intento de neutralizar pensamientos que la persona reconoce como irracionales, pero difíciles de controlar.
El enfoque terapéutico más eficaz es la exposición con prevención de respuesta. Es decir, el paciente se enfrentará progresivamente a sus obsesiones, pero sin llevar a cabo la compulsión asociada, para comprobar que el temor no se cumple.
Esto permite reestructurar las creencias irracionales y romper el ciclo obsesivo-compulsivo. La intervención requiere constancia, pero eventualmente consigue reducir considerablemente la interferencia del TOC en la vida diaria.
A diferencia de los otros trastornos de ansiedad mencionados, la ansiedad generalizada (TAG) es más difusa y duradera. Tampoco se limita a situaciones particulares.
Por el contrario, se caracteriza por una preocupación excesiva, persistente y difícil de controlar sobre los aspectos cotidianos, como puedan ser el trabajo, la salud o las relaciones, incluso cuando no hay una amenaza concreta. Quienes la padecen suelen experimentar tensión muscular, fatiga, irritabilidad y dificultades para concentrarse o dormir.
La terapia psicológica trabaja sobre la identificación y modificación de los pensamientos automáticos, el entrenamiento en técnicas de relajación, y el desarrollo de estrategias de afrontamiento más funcionales. Se busca reducir el nivel base de activación del sistema nervioso y promover un estilo de pensamiento más realista y flexible. La práctica constante y la psicoeducación influirán en el éxito terapéutico.
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