Carmen en el Real de Madrid: el deseo bajo la lupa
El coliseo madrileño firma una Carmen áspera y magnética entre la España rural y la frontera imaginaria
Madrid recibe Carmen como se reciben las grandes historias: con ganas de fiesta… y con la intuición de que, si se hace bien, duele. En su 150º aniversario, el Teatro Real la presenta en una nueva producción de Damiano Michieletto (coproducción con Londres y Milán) que nos traslada a una estética setentera con psicoanálisis lorquiano, de pueblo caluroso y moral estrecha, donde la violencia y el deseo se miran de frente, sin abanico protector.
Una Carmen que no busca agradar sino revelar
Bizet no escribió una ópera “bonita”. Y conviene recordarlo: el estreno parisino de 1875 fue un escándalo. Fue recibido con incomodidad y aspereza crítica antes de convertirse, con los años, en mito universal. Así que cuando este montaje se pasa de rosca en lo literal o se recrea en una suciedad casi programática, uno puede discutir la elegancia del trazo, pero no la intención: incomodar, tensar, forzar a mirar.
Lo verdaderamente fascinante es que, por encima de debates escénicos, las dos Cármenes que han encabezado las funciones de Madrid devuelven a Bizet su verdad más incómoda. Que la libertad femenina, cuando no se negocia, siempre tiene un precio.
El mito y el texto: cuando Carmen deja de ser idea para volverse “oficio”
Parte del murmullo encendido en el patio de butacas nace del origen mismo. El libreto de Meilhac y Halévy, basado en Mérimée, ya “afiló” el material a su manera. Frente al retrato más crudo del relato, donde la protagonista era una prostituta, la ópera fue cincelando una Carmen modernísima para 1875. Una mujer que no reconoce la autoridad masculina y convierte su deseo en decisión, no en obediencia.
De ahí uno de los cuestionamientos que propongo ante esta lectura de Michieletto. Si Carmen queda enmarcada como meretriz bajo la autoridad de proxenetas, su libertad sexual deja de ser emanación de carácter para volverse un engranaje de sistema; el símbolo se encoge. Creo que es una discusión legítima y, sobre todo, interesante. Porque obliga a preguntarnos qué estamos mirando: ¿Una mujer libre o una mujer administrada por el relato?
La batuta: Madrid en el origen, San Francisco en la cima
Eun Sun Kim -hoy directora musical de la Ópera de San Francisco- regresa al Teatro Real con la huella de una historia que empezó aquí. Tras ganar en 2008 el Concurso Jesús López Cobos, fue directora adjunta y asistente del maestro durante dos años. Aprendió español en el camino y en 2010 dirigió “Il viaggio a Reims” convirtiéndose en la primera mujer en ponerse al frente de una ópera en el Real.
Su lectura de Carmen apostó por tempi ágiles -a veces incluso demasiado-, con una obertura vertiginosa y un último acto apremiante que por momentos pusieron a prueba la concertación. El Coro Titular del Teatro Real y los Pequeños Cantores de la ORCAM volvieron a demostrar esa fiabilidad que rara vez falla.
Dos repartos: el lujo de ver dos óperas en una
He tenido la suerte de asistir al estreno del día 10 con el primer reparto y algunos días después pude disfrutar del segunda interpretación. El gran hallazgo de estas funciones es el “juego doble”: dos repartos que convierten la misma producción en dos experiencias casi distintas. Como si la dirección de escena hubiera dejado espacio para que cada cantante escriba su propia psicología.
Dos Cármenes: Aigul Akhmetshina y J’Nai Bridges
Aigul Akhmetshina vuelve al Real tras su aplaudida Elisabetta en Maria Stuarda de Gaetano de Donizetti. Y llega como un fenómeno vocal y escénico: sensualidad directa, carisma casi insolente, un instrumento amplio y homogéneo, convincente con graves firmes y agudos generosos.
Su Carmen es fuego a la vista, una presencia que parece abrirse paso a codazos por un mundo que quiere domesticarla.
J’Nai Bridges propone otra alquimia. Una Carmen más orgánica, “habitada” desde dentro, con un magnetismo que atrapa incluso en reposo. Ganadora de dos premios Grammy y el Marian Anderson Award, Bridges tiene una presencia natural, un foco magnético incluso en silencio y un uso muy personal de su color vocal -con un pecho rico, casi terroso- se vuelve herramienta expresiva.
Su manera de frasear, a veces casi áspera, sugiere raíces, piel, verdad. En los “la-la-la” y en los gestos cotidianos del montaje, su Carmen no interpreta: existe. Es sensual y vulnerable a la vez, segura de su poder, pero nunca de su destino.
Dos Don José: Charles Castronovo y Michael Fabiano
Charles Castronovo dibuja un José de caída progresiva. La primera mitad del personaje suena a lirismo herido (muy francés en la idea de comenzar desde la delicadeza). Y poco a poco el canto se carga de peso hasta que el hombre “bueno” descubre -con horror- lo que puede llegar a ser cuando se le rompe el relato.
Michael Fabiano va por otra vía. Con una entrega vocal valiente que acentúa un perfil más volcánico, hace una apuesta clara por el impacto sonoro, más frontal, como si el derrumbe estuviera escrito en el cuerpo desde el primer acto.
Me acuerdo perfectamente cuando le escuché por primera vez en la gala de la Richard Tucker Foundation en el Lincoln Center de NY. Tenía un instrumento de gran calidad, un caudal generoso. Su Don José parece caminar con un diagnóstico bajo el brazo y la presencia de la madre (aquí convertida en sombra física) acentúa una lectura casi clínica del personaje: la dependencia, la culpa, la herida de origen. Dos maneras de decir lo mismo: amar no es poseer.
Dos Micaëlas: Adriana González y Miren Urbieta-Vega
Cuando la producción acierta, recuerda algo esencial: Micaëla no es ingenuidad.
Adriana González ha sido sencillamente brillante: Interpretación vocal y escénica coherente, de timidez valiente, con un arco dramático muy cuidado. Su “Je dis que rien ne m’épouvante” (acto III) estuvo dicho con gusto, dinámicas elegidas con inteligencia y agudos bien sostenidos. Esa mezcla de dignidad y miedo que precisamente hace grande al personaje. Fue, con razón, una de las más celebradas.
Aunque González dejara el listón muy alto en la noche del estreno, Miren Urbieta-Vega firmó una Micaëla muy estimable y musical aportando otra luz más juvenil, más transparente. Como una conciencia que entra a escena a decir “esto acaba mal” antes de que nadie quiera escucharlo.
Dos Escamillos: Lucas Meachem y Luca Micheletti
Ambos barítonos han tenido que lidiar con una puesta en escena que, por momentos, roza la caricatura del torero: el héroe popular convertido en muñeco de feria. El barítono lírico estadounidense, quien tiene un timbre cálido y bruñido, Lucas Meachem, ofrece un Escamillo expansivo, de ego convertido en espectáculo. Y uno imagina cuánto puede crecer todavía su retrato a medida que lo madura función a función.
Y luego está Luca Micheletti. Incluso cuando la escena parece invitar a la burla, él decide tomarse el personaje en serio y vestirlo de elegancia oscura. Su Escamillo es menos postal y más afilado. Detrás del brillo, un cálculo frío; detrás del aplauso fácil, una conciencia del peligro. Vocalmente, el timbre corre con plenitud y densidad, además de una inteligencia interpretativa. Es un cantante sembrado de ideas.
En los papeles secundarios se mantuvo el elenco del día anterior. Y aquí me gustaría subrayar especialmente la actuación de Mikeldi Atxalandabaso como Le Remendado, especialmente inspirado y eficaz en escena, el proprio “Torrente” con un magnífico instrumento vocal.
Cómo viajar a las setenta con la iluminación
Si hablamos de logros puramente teatrales, uno de los grandes triunfos de la noche fue la iluminación (Alessandro Carletti). Porque no “acompaña” la escena: la escribe. Gracias a ella, el montaje consigue una auténtica máquina del tiempo hacia los setenta. Lo hace con una atmósfera de España rural abrasada que, por momentos, parece desplazarse a un territorio fronterizo imaginario. Un pueblo inventado en una carretera perdida entre México y Texas.
Esa luz -a ratos casi personaje- vuelve cinematográfico el verismo del espacio giratorio. Hay escenas que respiran bajo un sol duro de mediodía y otras donde la temperatura cae a un neón inquietante (ese final, con la sensación de fatalidad ya instalada), subrayando que aquí no hay folclore: hay tragedia.
Y al salir, con el frío de la Plaza de Oriente en la cara, uno entiende por qué Carmen sigue siendo peligrosa: porque no pide permiso para existir. Y porque, 150 años después, aún nos obliga a decidir de qué lado miramos.
Primer reparto de Carmen (Georges Bizet) en el Teatro Real de Madrid, el 10 de diciembre de 2025
Aigul Akhmetshina (Carmen), Charles Castronovo (Don José), Adriana González (Micaëla), Lucas Meachem (Escamillo), David Lagares (Zúñiga), Toni Marsol (Morales), Marie-Claude Chappuis (Mercedes), Natalia Labourdette (Frasquita), Mikeldi Atxalandabaso (El remendado), Lluís Calvet (El Dancairo). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Eun Sun Kim. Dirección de escena: Damiano Michieletto
Segundo reparto de Carmen (Georges Bizet) en el Teatro Real de Madrid, el 14 de diciembre de 2025
Jana Briges (Carmen), Michael Fabiano (Don José), Miren Urbieta-Vega (Micaëla), Luca Micheletti (Escamillo), David Lagares (Zúñiga), Toni Marsol (Morales), Marie-Claude Chappuis (Mercedes), Natalia Labourdette (Frasquita), Mikeldi Atxalandabaso (El remendado), Lluís Calvet (El Dancairo). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Eun Sun Kim. Dirección de escena: Damiano Michieletto
