Adoration of the shepherds de Gerard Van Honthorst
Como cada año, durante el periodo de Adviento, encendemos una vela por semana, cuatro luces que se suceden como un breve rito de espera. Un gesto que, por pequeño que parezca, prepara el espíritu para la llegada de una luz que nos lleva acompañando desde hace más de dos mil años. Esa llama frágil anticipa un tiempo en el que lo luminoso adquiere un significado distinto, más íntimo y espiritual. La Navidad no irrumpe con destellos, nace en una penumbra serena que acoge la espera y hace crecer, con suavidad, el calor interior de quienes la viven.
En contraste, hoy nos dejamos deslumbrar por el encendido masivo de luces navideñas y escaparates que compiten en brillo. Como si la celebración dependiera únicamente de competir por el número de vatios.
Pero ese exceso produce un efecto paradójico, cuanto más iluminamos la ciudad, menos espacio dejamos para percibir la cualidad espiritual de la luz. El resplandor constante adormece aquello que la penumbra revelaba con delicadeza.
La luz posee la capacidad de transformar todo aquello que toca, no solo porque ilumina, sino porque define. Su intensidad modela el espacio y modifica la percepción, una luz directa expone con precisión mientras que una suave atenúa y vuelve más humano lo que ilumina.
La iluminación se convierte así en una coreografía entre presencia y sugerencia. Y sin embargo, cuanto más cerca de la luz nos situamos, más evidentes se vuelven nuestras imperfecciones, esas pequeñas marcas que en la penumbra pasan desapercibidas.
La claridad revela, pero también nos invita a asumir lo que somos. Y en esa exposición nace una incomodidad valiosa, porque nada que se mira de frente bajo una luz suficiente puede ocultar del todo su verdad.
Como es evidente, no podríamos comprender el mundo que nos rodea y mucho menos a nosotros mismos sin aceptar la dualidad entre la luz y la sombra. Una no existe sin la otra y ambas se definen mutuamente.
La sombra no es simplemente un efecto de la luz, es una presencia inherente, inseparable de la condición humana. Convive con la luz y dialoga con ella, no como su antagonista ni como algo que deba ser negado, sino como un contrapunto inevitable que, al hacerse consciente, puede ser comprendido y reducido.
Sin sombra no existirían el volumen, la profundidad ni los matices que nos permiten comprender el mundo y reconocernos en él. Al cambiar la dirección de la luz, nuestras sombras se alargan o se repliegan, revelando matices de una misma identidad que nunca es fija.
Goya lo representó con precisión en una de las estampas de Los Caprichos, Lo que puede un sastre, donde una figura fantasmal cubierta por una sábana resulta ser, en realidad, un simple artificio. La escena no habla de engaño, sino de conciencia, de cómo la percepción puede alterarse cuando no atendemos al origen de la sombra.
A través de un uso medido de la luz, Goya muestra cómo un objeto ordinario puede adquirir gravedad, miedo o solemnidad según la forma en que se proyecta. La sombra no inventa, interpreta. Amplifica aquello que ya existe y nos obliga a mirarlo. Sin ese contraste no habría ilusión ni fantasma, solo un sastre, un árbol y una sábana, recordándonos que comprender la sombra es el primer paso para no dejarnos gobernar por ella.
Y aun así, con frecuencia seguimos detenidos en la sombra. Nos preocupa más la proyección que ofrecemos a los demás que la luz que realmente nos configura. Como si la imagen exterior tuviera más valor que el trabajo interior.
Si somos el objeto situado entre luz y sombra, quizá el ejercicio no consista en ignorar esa silueta que se proyecta. Sino en observarla con honestidad, comprender de dónde nace y qué la alimenta. Solo desde esa conciencia es posible decidir hacia dónde orientarnos. Volver la mirada hacia la luz no implica negar la sombra, sino asumirla para poder reducir su peso y evitar que gobierne nuestras decisiones. Es en ese gesto consciente donde aparecen la claridad, el sentido y una auténtica posibilidad de transformación.
Mis deseos para todos ustedes en esta Navidad son que permitan que la luz no solo les alcance, sino que también les revele. Les haga conscientes de aquello que habita en ustedes y que a veces prefieren no mirar.
Que esa luz acompañe sus pasos, suavice las sombras que parecen más grandes de lo que son y recuerde que incluso las imperfecciones brillan cuando se observan con verdad. Que esta Navidad encuentren una claridad serena, capaz de iluminar desde dentro y proyectar hacia afuera lo mejor de cada uno de ustedes
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