Foto: Hermès
Mientras el apetito por el lujo se enfría en China y Europa, Estados Unidos emerge como el salvador inesperado del sector. Consumidores muy activos, mercados financieros en ebullición y turismo de alto poder adquisitivo sostienen el crecimiento. La perspectiva es muy positiva, pero bajo el brillo del escaparate, se acumulan riesgos que podrían empañar esta bonanza transatlántica.
En el reluciente universo del lujo –donde un bolso puede costar lo mismo que un coche compacto– las fortunas del sector dependen menos de la moda que del ciclo económico. Tras una década de expansión casi ininterrumpida, el mercado global del lujo personal tropezó en 2024.
Según Bain & Company y Altagamma, el gasto mundial alcanzó los 363.000 millones de euros, con un crecimiento plano o ligeramente negativo (-2% a +1% a tipos de cambio constantes). China, durante años el motor indiscutible del sector, entró en terreno negativo por primera vez en más de una década. Lo hizo lastrada por la desaceleración inmobiliaria, la debilidad del consumo y una mayor aversión política a la ostentación.
Europa, atrapada entre inflación persistente y tensiones geopolíticas, apenas aportó un 10% al crecimiento regional positivo.
Y en este paisaje apagado, Estados Unidos destacó con fuerza. Concentró entre el 30 % y el 40 % del crecimiento neto del sector del lujo, impulsado por consumo doméstico y el turismo.
McKinsey confirma esta divergencia y prevé un crecimiento global modesto (1-3% anual hasta 2027), con Estados Unidos claramente por encima de la media gracias al llamado revenge spending o consumo por revancha, de especial incidencia tras los meses de pandemia global.
En definitiva, mientras el resto del mundo ajusta cinturones, el consumidor americano sigue pasando la tarjeta.
La explicación no está en el marketing, sino en la macroeconomía. El mercado laboral estadounidense ha mostrado una solidez notable, con un desempleo en torno al 4% en 2024 y apenas un leve repunte en 2025.
Los salarios reales, especialmente en los tramos altos, han crecido lo suficiente como para sostener el consumo discrecional. A ello se suma el efecto riqueza. El S&P 500 acumula una subida cercana al 48% desde los mínimos de 2022, y el Nasdaq roza el 70 %.
Dado que los hogares de mayores ingresos concentran cerca del 90 % de los activos financieros, la transmisión hacia el consumo de lujo resulta casi automática, con un desfase de varios meses.
El turismo completa el cuadro. Miami, Aspen o Nueva York registraron tasas de ocupación superiores al 85 % y un dólar relativamente débil hasta mediados de 2025 atrajo compradores europeos y latinoamericanos a las grandes flagships.
Incluso el lujo “accesible” prosperó. Marcas como Coach o Michael Kors crecieron a doble dígito, ampliando la base de consumidores sin diluir el margen. El lujo estadounidense, a diferencia del europeo, no vive solo del visitante extranjero: se apoya en una clase alta doméstica amplia, confiada y financieramente saneada.
Este contexto explica el giro estratégico de los grandes grupos. LVMH es el mejor ejemplo. En 2024, Norteamérica creció entre un 6 % y un 8 % orgánico, compensando el estancamiento europeo y la contracción asiática.
Sephora se consolidó como una máquina de generación de caja, mientras moda y marroquinería resistieron mejor de lo previsto. El contraste con China es revelador: allí, la demanda se volvió errática, con consumidores más prudentes y menos visibles, afectando sobre todo a categorías aspiracionales.
Hermès, más protegido por su clientela ultra-alta, reforzó su apuesta estadounidense ampliando su macrotienda de Madison Avenue y planificando nuevas aperturas.
Richemont por su parte convirtió a EE. UU. en su primer mercado, superando a China; y Ferrari entregó más vehículos en América que en cualquier otra región. Pero el viento puede cambiar. Las amenazas arancelarias de una segunda administración Trump -gravámenes del 10-20% sobre bienes europeos- podrían elevar precios y erosionar volúmenes desde 2026.
Para un sector que ya ha pasado de crecer al 8-10 % a una fase de estabilización, el riesgo no es trivial. Si China no rebota y Estados Unidos levanta barreras, el lujo global descubrirá que incluso los mercados más brillantes no son inmunes a la política. Por ahora, sin embargo, el mensaje es claro: en un mundo que duda, el consumidor americano sigue comprando. Y el lujo, agradecido, sigue mirando al Lejano Oeste.
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