(Foto: Versace Facebook)
En el fastuoso teatro del lujo global, donde los titanes italianos y franceses compiten por la supremacía, se ha producido un realineamiento significativo. El pasado 6 de diciembre de 2025, el Grupo Prada concluyó la adquisición de Versace, la casa de moda de raíces florentinas famosa por su estética extravagante y su emblemática Medusa.
Una transacción de 1.300 millones de euros sellada con el conglomerado estadounidense Capri Holdings, no marca solo un cambio de propiedad, sino un profundo giro estratégico. Libera a Versace de un propietario estadounidense financieramente debilitado (que la había adquirido en 2018 por un precio mayor, 2.120 millones) y la sitúa de nuevo bajo tutela italiana.
Para Prada, dirigida por la perspicaz Miuccia Prada y su familia, el movimiento es una poderosa declaración de intenciones. Entre otras cosas porque consolida las marcas patrimoniales italianas y construir un baluarte frente a los gigantes franceses, LVMH y Kering.
La finalización del acuerdo, tras la aprobación regulatoria, reposiciona inmediatamente a Prada como un actor clave en un mercado en rápida consolidación. Al tiempo, ofrece un salvavidas a una marca cuya opulencia ha estado, quizá, desfasada respecto al consumidor de lujo pospandemia.
La necesidad de la venta para Capri Holdings subraya los persistentes vientos en contra que afrontan las marcas de “lujo accesible”. John D. Idol, CEO de Capri, indicó que los ingresos de la venta se destinarían a reducir la deuda del grupo.
Una deuda acumulada durante un periodo de ventas débiles y reestructuración interna, tras una serie de problemas que comenzaron con la pandemia y continuaron con un periodo de dificultades geopolíticas y económicas a nivel mundial.
Versace, aunque culturalmente influyente, había luchado por mantener su impulso comercial bajo Capri. Se enfrentó a una competencia feroz y a la incapacidad de cerrar con claridad la brecha entre el prestigio de la alta costura y el comercio minorista de volumen.
Esta desinversión se habría acelerado por el fracasado acuerdo de fusión entre Capri y Tapestry (propietaria de Coach) a comienzos de 2025, bloqueado por la Comisión Federal de Comercio de EE. UU. por motivos antimonopolio. Para Prada, la adquisición es un ejercicio tanto de captura de valor oportunista como de diversificación estratégica.
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