Visitamos la Maison Belle Époque de Perrier Jouët: un sueño impagable en clave Art Nouveau
Alojarse en el exclusivo palacete de Épernay y visitar sus galerías es una experiencia única para sus afortunados huéspedes. Un auténtico viaje en el tiempo en el que el saber hacer y el amor por la naturaleza de los fundadores de Perrier Jouët siguen intactos.
Posiblemente, el otoño sea la mejor época del año para visitar la región de Champagne. Una zona vinícola especialmente bella ubicada a unas dos horas al noreste de París y donde se elaboran los mejores champagnes del mundo.
Allí, los viñedos exhiben sus mejores colores tiñendo laderas y llanuras de ocres, amarillos y sorprendentes tierras dando lugar a paisajes que lucen como si fueran coloridos cuadros de Friedrich, Monet o Van Gogh.
Los campos, protegidos por los tupidos bosques de los inclementes vientos del norte, abrazan a uno de los puntos neurálgicos (con permiso de Reims) en la elaboración del champagne: la coqueta Épernay.
El encanto de Épernay
Hablamos de un pequeño pueblo típicamente francés -con sus parterres, su catedral gótica y sus cuidadas aceras- que alberga bodegas históricas y bellos palacetes privados del siglo XIX con un riquísimo pasado ligado al champagne.
Entre ellos destaca uno realmente especial: la Maison Belle Époque de Perrier Jouët. Se trata de un edificio señorial al que solo se accede por invitación expresa de la firma y que alberga, entre otros secretos, la mayor colección privada de Art Nouveau de Europa.
Entre sus paredes podemos encontrar mobiliario de la época, coloridas vidrieras, piezas de decoración inspiradas en la naturaleza… y obras de autores reconocidos.
Como una puerta de madera de Hector Guimard que evoca al metro de París, el retrato de Yvette Guilbert de Toulouse-Lautrece o una escultura original de Auguste Rodin donada en 1911 por el centenario de la Maison.
Todas adornan las siete habitaciones y los exquisitos salones del edificio para deleite de sus afortunados huéspedes.
“No queremos tener un museo, sino una casa habitada”, explican desde la Maison Belle Époque de Perrier Jouët, comprada en 2005 por Pernod Ricard y gestionada como casa de huéspedes privada desde 2017.
Es el legado de una historia de amor que se remonta a 1810.
Historia de la Maison Belle Époque de Perrier Jouët
Entonces, el botánico Pierre Nicolas Perrier y la dama de la alta sociedad francesa, Adèle Jouët, unieron sus destinos. Tras su boda se establecieron en la casa y decidieron poner en marcha una bodega de champagne que llevara sus nombres y aunara sus pasiones: el vino y la naturaleza.
Combinando sus dos apellidos -Perrier y Jouët- crearon su Maison y, al igual que las otras bodegas de la zona, la suya comenzó a elaborar champagnes con las variedades de uvas tintas pinot noir y pinot meunier.
Sin embargo, Pierre y Adèle querían destacar sobre los demás productores llamando la atención de los británicos, principales consumidores de champagne de la época.
Lo hicieron poniendo el foco en el cultivo de una variedad de uva hasta entonces denostada y de difícil cultivo –la chardonnay-, que daría lugar a un champagne con toques florales que cambiaría su destino para siempre.
Su buen hacer y un excelente ensamblaje familiar sentaron las bases de la que pronto empezó a ser una de las casas de champagne más reconocidas del mundo.
El champagne de la Belle Époque y el Art Nouveau
Así, su hijo Charles continuó su legado heredando de su madre la visión empresarial y de su padre el amor por la botánica. Un binomio ganador que le llevó a ampliar la bodega y crear una Green House en la que llegó a cultivar más de 900 clases de flores y donde estudió el cultivo de la uva. De hecho publicó varios tratados sobre el cuidado de la vid y la prevención de sus enfermedades.
Junto a él, la parte “comercial” de la empresa recayó en uno de sus primos, Octave. Su gusto por el arte y por el animado París de entreguerras -la Belle Époque- hicieron de él un gran coleccionista de arte.
Fue él quien llenó el palacete de Épernay de las piezas únicas que lo adornan hoy y quien, en 1902, conoció al famoso artista Émile Gallé.
Apasionado de las flores y los jardines japoneses, Gallé comulgó desde el principio con esa Maison familiar ligada a la naturaleza. Así que decoró una de las botellas de Perrier Jouët con unas llamativas anémonas blancas. Una imagen que 223 años después sigue representando a los champagne vintage de la marca: los de la colección Belle Époque.
El legado subterráneo de Perrier Jouët
Así, desde principios del siglo XIX la Maison elabora tres tipos de champagne en su bodega de Épernay. El Blanc de Blancs (100 % chardonnay), el Brut y el Rosé (con distintos porcentajes de uvas chardonnay, pinot noir y meunier).
Tras su doble fermentación, todos “duermen” durante años esperando su momento de plenitud. Lo hacen a 7 o 15 metros bajo tierra a lo largo de 10 kilómetros de galerías subterráneas que conectan varios edificios de la firma. Entre ellos la Maison Belle Époque, el bar-restaurante Le Cellier y la bodega.
Los denominados ‘no vintage’ permanecen un mínimo de tres años en sus botellas antes de salir al mercado mientras que los de la colección Belle Époque o vintage lo hacen durante siete años, pudiendo llegar hasta los doce.
Su meticulosa conservación tiene lugar en jaulones metálicos o estructuras piramidales de madera en óptimas condiciones de temperatura y humedad gracias a las paredes de tiza que las albergan. Porque un metro cúbico de tiza es capaz de absorber hasta 400 litros de agua.
Mucho más que un lugar con historia
Sin embargo, la magia de estos deliciosos champagnes empieza mucho antes, en los viñedos. La firma defiende la agricultura ecológica, libre de herbicidas y pesticidas, y confía en los métodos naturales y en los recursos de la propia naturaleza para cultivar sus uvas.
Además, la empresa cuenta con un ambicioso proyecto de sostenibilidad para preservar y enriquecer la diversidad biológica de la zona. Este incluye prácticas respetuosas con el medio ambiente y un programa exhaustivo de reciclaje y aprovechamiento de recursos, entre otros.
Por todo esto, huelga decir que la Maison Belle Époque de Perrier Jouët es mucho más que un palacete al que solo se accede por invitación. Es un museo vivo y en constante evolución que rinde homenaje a la tradición y al legado de una familia que hizo todo con amor.
Amor a la viticultura, al arte, a la naturaleza y a las cosas bien hechas. Sin duda un legado de valor incalculable que, por encima de la experiencia, deja un recuerdo imborrable en la memoria.
