Mente sana en cuerpo sano. Tal cual, pero no tan fácil. Los hábitos de vida durante la pandemia provocada por la Covid-19 están provocando estragos en la salud mental de mayores y niños. A los ya de por sí estresantes tiempos que vivimos, los meses de confinamiento y los nuevos rebrotes del virus están provocando situaciones de estrés extremo. Y hay que enseñar al cerebro a mantenerse activo “desconectado” y enfocado en lo “realmente importante”.
Uno de los propósitos que nos hacemos cada año es el de mantener “activo” nuestro cerebro. No siempre es fácil. Apuestas fijas como aprender a tocar un instrumento o a hablar un nuevo idioma son de esas tareas que siempre tenemos en mente, pero rara vez nos animamos a comenzar. Nos cuesta encontrar el momento o las ganas de sumar un esfuerzo más a nuestra vida diaria, ya repleta de desafíos. Además, ¿qué beneficios vamos a obtener de tocar un violín, más allá de la satisfacción personal? La ciencia responde: muchos más de los que imaginamos.
Lo cierto es que, en general, aprender una nueva habilidad puede ser beneficioso para nuestro cerebro. Nos encantan las cosas nuevas, hasta el punto de que ver una imagen de algo que nunca habíamos visto antes activa zonas específicas de ese órgano. Así, según un estudio del University College of London, la exposición a nuevas experiencias mejora la memoria. De hecho, repasar algo que se ha estudiado previamente para un examen es más efectivo si se mezclan conceptos nuevos con los ya aprendidos. Sin embargo, los beneficios de aprender cosas nuevas van más allá de la mera novedad. Tal vez uno de los ejemplos más claros sea el de la enseñanza musical. Aprender a tocar un instrumento tiene tal impacto sobre nuestro cerebro que sus efectos pueden durar toda la vida.
Un niño que toma lecciones de piano, guitarra, percusión o violín, por poner solo algunos ejemplos, está haciendo mucho más que divertirse o complacer a sus padres. En realidad, está creando nuevas conexiones neuronales, que podrían llegar a compensar problemas cognitivos en su madurez y vejez. Resulta que todas esas horas de escalas, repeticiones y cambios de ritmo se traducen en un entrenamiento cerebral completo que abarca desde el control motor y la coordinación a la lectura musical, pasando por la escucha necesaria para comprobar que cada nota ejecutada es la adecuada. En ciertos instrumentos, como los de viento, es necesario incluso combinar la respiración con el movimiento de los dedos.
Entre los beneficios a largo plazo que ofrece esta práctica se encuentra una mayor protección frente a la pérdida de memoria o el declive cognitivo, e incluso frente a una menor habilidad a la hora de distinguir consonantes y palabras. Todo ello, aunque ese niño se haya convertido en adulto y no haya sacado el instrumento de su funda durante años. Más a corto plazo, un estudio de la Universidad VU de Amsterdam apunta que los niños que reciben clases de música mejoran sus habilidades cognitivas frente a los que no asisten a este tipo de enseñanzas.
La investigación estudió a 147 alumnos de escuelas holandesas, de las cuales algunas incluían actividades extra de música o artes visuales. Como resultado, los niños que aprendían música rendían mejor en áreas como el razonamiento basado en el lenguaje o la habilidad de planificar, organizar y completar tareas, además de avanzar más en el resto de materias. Incluso los que asistían a clases de artes visuales mostraban una memoria visual y espacial mejorada.
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