(Foto: Freepik)
Con el calor y los días tan largos de junio, a muchas familias les ronda por la cabeza la idea de escaparse unos días antes del final de curso. Al fin y al cabo, “no parece tan grave adelantar las vacaciones para celebrar San Juan en la playa con los abuelos”. No faltan voces que defienden el valor de los viajes como fuente de aprendizaje. ¿De verdad unos días de menos de colegio van a marcar la diferencia? Justificar estas ausencias es muy fácil, sobre todo bajo la premisa de que estas escapadas pueden ser muy enriquecedoras para los más pequeños.
Pero, desde el punto de vista psicológico y educativo, conviene plantearse dónde están los límites que hacen aceptable viajar, sólo por capricho, en tiempo lectivo. La pregunta clave quizá no es si los viajes son buenos o malos, sino si cualquier ausencia escolar por un viaje está justificada.
Parece sensato pensar que no es lo mismo perderse la última semana de clase, ya más distendida, que no asistir al colegio durante una semana de exámenes. Aunque ya puestos, ¿hay alguna diferencia entre faltar unos días en junio frente a empezar más tarde en septiembre? La tentación está servida y no faltan razones.
Pero más allá de estas justificaciones que nos hacemos los padres cuando nos conviene, hay que mirar un poco más allá: ¿Cómo pueden afectar al niño estas ausencias, no sólo en lo académico, sino en su manera de entender las normas? Antes de tomar la decisión de lanzarte a comprar los billetes de avión para toda la familia, ten en cuenta todas las cuestiones implicadas de que tu hijo falte al colegio sólo por viajar.
Desde un punto de vista legal, la escolarización es obligatoria a partir de los 6 años. Pero, aunque no haya una “policía escolar” vigilando cada movimiento, sí hay una norma general no escrita: las ausencias deben estar justificadas. Una escapada familiar, por muy educativa que sea, a efectos académicos no se considera como tal. Ahora bien, hay que ser realistas. Porque estas decisiones también dependen de la realidad de cada familia: no todas tienen la misma flexibilidad laboral, los mismos recursos económicos ni acceso a escapadas fuera de temporada.
En general, perderse unos pocos días en etapas como Infantil o los primeros cursos de Primaria suele tener un impacto académico mínimo. Lo importante es que no se convierta en una costumbre. Desde la psicología del desarrollo se sostiene que, en esas edades, lo esencial es mantener la estructura y el sentido de pertenencia al grupo escolar. Aunque también es cierto que los aprendizajes significativos ocurren en contextos muy variados y no sólo dentro del aula.
En cambio, en cursos superiores o en momentos de transición (por ejemplo, entre Primaria y Secundaria), las ausencias pueden tener consecuencias más claras en lo académico y en el ritmo psicológico del niño. La rutina escolar estructura el tiempo, refuerza la constancia y enseña a comprometerse con obligaciones. Por ello, faltar en estos casos sólo por capricho ni está justificado ni le hará ningún bien.
Al margen de la edad, lo ideal para viajar en época escolar es actuar con coherencia y sentido común, explicando claramente a nuestros hijos por qué en esa ocasión concreta se hace una excepción. Es precisamente esa excepción, y no la norma, lo que ayudará a que los más pequeños no desarrollen la idea equivocada de que pueden saltarse el colegio sin consecuencias.
Dicho esto, saltarse el colegio “porque sí” no es todo vino y rosas. El absentismo escolar también puede tener consecuencias colaterales no deseadas. Una de las más evidentes tiene que ver con la pérdida del ritmo escolar. Cuanto más avanzan los niños en su etapa educativa, más exigente se vuelve el colegio y más perjudicial resulta romper con la continuidad.
En estos casos, la desconexión no solo afecta a lo curricular, sino también al plano emocional: es habitual que, a su vuelta, algunos niños se sientan descolgados, desmotivados o incluso frustrados al comprobar que se han quedado atrás respecto a sus compañeros.
Retomar el hilo no siempre será fácil, y para algunos podrá suponer una carga de ansiedad añadida. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que las ausencias imprevistas pueden suponer una carga extra para los docentes, especialmente si deben proporcionar tareas fuera de planificación.
A esto se suma un aspecto menos evidente pero igualmente importante. Se trata del mensaje que reciben los niños cuando faltan al colegio sin una justificación clara. Si no se explica adecuadamente, el niño puede acabar interpretando que hay normas que no se aplican igual para todos, o que en su caso hay un trato preferente.
Esta percepción de “excepción” puede afectar a medio plazo su actitud hacia la autoridad, las normas comunes o incluso el valor del compromiso. Para evitar este tipo de malentendidos, es importante que los adultos contextualicen muy bien por qué en ocasiones concretas se hace una excepción, dejando claro que no es la norma.
Por último, conviene recordar que no todo viaje es necesariamente educativo. Aunque nos guste pensar que cualquier salida del contexto habitual resulta enriquecedora, la realidad es que no siempre es así. Un viaje centrado exclusivamente en el ocio —sin espacios para la curiosidad, la reflexión o el descubrimiento— puede quedarse en una mera pausa con poco sentido. En estos casos, es fácil que el niño pierda más de lo que gane si la experiencia no se equilibra con cierto componente formativo, aunque sea más informal o lúdico.
Si finalmente vamos a viajar en época escolar, existe una forma de hacerlo conveniente para todos:
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