Cuenta la leyenda de uno de los hoteles con más solera de España que el príncipe Hohenlohe se enamoró de una finca de pinos e higueras a orillas del Mediterráneo. Su enamoramiento fue tal, que compró la tierra y al año siguiente nació la leyenda.
Esa finca familiar se transformó en hotel y después en mito. El Hotel Marbella Club de la ciudad malagueña es como el Mamounia de Marrakech, el Metropole de Monte Carlo o el Danieli de Venecia. Hay que sentirlos al menos una vez en la vida.
Y este verano post pandémico, el Marbella Club re-estrena su restaurante El Patio. Hablamos de un espacio que es la quintaesencia de la vida. Tiestos en paredes blancas teñidas de geranios carmín, enredaderas de jazmín entre celosías artesanales, arlequines en la imponente chimenea del comedor interior y campanillas colgantes en flor.
Un jardín de ensueño tamizado de helechos colgantes que respiran la música de las fuentes; con esquinas con encanto y tapicería de lino en cada rincón. El establecimiento era el patio del salón principal de la vivienda familiar Hohenlohe. Un acogedor espacio que ahora se transforma en restaurante de mañana, almuerzo, tardeo y cena con una carta para disfrutar en cada momento, estés o no alojado en el hotel.
Los azules dan paso a los verdes, tan refrescantes en Marbella en cualquier época del año. “He pedido en Madrid un jardín que huela a Marbella”, me dijo hace muchos años una buena amiga. Nunca lo consiguió. Marbella es un jardín eterno que solo se siente estando allí.
En familia, es la máxima del hotel y la esencia de la ciudad que cuenta con 140.000 habitantes en verano. Ahora El Patio del Marbella Club se reinventa siete décadas después para compartir momentos únicos. Porque en Marbella, la familia se extiende a los amigos con los que compartes mesa.
Nosotros degustamos en El Patio del Marbella Club una ensalada de tomates de la huerta, jamón bueno y una burrata (de verdad) con melocotón al grill maderada con jamón de Jabugo, sencillamente espectacular.
Comer y compartir, eso es lo que propone el local, que cuenta con platos pensados para el centro de la mesa y el picoteo deluxe. Berberechos, almejas, coquinas… pero sin duda el plato estrella de la noche fue la ternera a la milanesa y el tawook de pollo con pita bañada en aceite virgen de oliva y marinado con ajo y tomillo.
Completó la experiencia un servicio encantador, y más teniendo en cuenta que el local está lleno de familias estadounidenses (quizás texanos por la indumentaria), franceses y británicos amantes del golf. El precio, acorde con el entorno.
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