Foto: Nem
En una calle tranquila del centro de Sitges, alejado del bullicio turístico pero a solo unos pasos del mar, hay un restaurante que se ha convertido en imprescindible tanto para los locales como para los visitantes con buen paladar: Nem. No es un local grande ni ostentoso. Tampoco presume de estrellas ni titulares. Pero lleva más de una década siendo uno de los lugares más honestos, frescos y sabrosos de la escena gastronómica sitgetana.
La historia de Nem es también la historia de una amistad. Gonzalo y Lee, sus creadores, se conocieron en 2010 trabajando juntos en un restaurante de Barcelona. Venían de trayectorias distintas pero complementarias, con años de formación y experiencia en diferentes países. El respeto mutuo, el amor por el oficio y una visión común de lo que debía ser un restaurante les unieron rápidamente.
En 2012 decidieron dar el salto y abrir algo propio. Sitges fue una elección natural: por su calidad de vida, por su mezcla de culturas y por su tamaño humano. Desde entonces, Nem no ha dejado de evolucionar, manteniendo siempre una premisa clara: ofrecer una cocina fresca, accesible y diferente en Sitges, sin perder de vista el espíritu informal de las tapas pero llevándolas un paso más allá.
La carta de Nem no es extensa. Y eso es intencional. Gonzalo y Lee prefieren trabajar con una oferta corta, cambiante y de producto fresco. Cada semana introducen variaciones, nuevos platos, combinaciones inesperadas que juegan con sabores de aquí y de allá, sin perder la raíz mediterránea.
“Queremos que quien venga a Nem siempre encuentre algo nuevo que le sorprenda, aunque sea sutil”, explica Gonzalo. Esa filosofía se traduce en platos como un tartar de atún con toques asiáticos, unas croquetas cremosas con ingredientes inesperados, o una carrillera melosa que se deshace al tocarla con el tenedor.
La cocina es abierta, lo que permite ver a los cocineros en plena acción. Ese contacto directo con los comensales refuerza la atmósfera cercana, casi familiar, que se respira en el restaurante. Aquí no hay rigideces: hay diálogo, recomendaciones sinceras y una atención cálida.
Uno de los grandes logros de Nem es haber conseguido fidelizar en Sitges tanto al público local como al visitante. Los primeros valoran su consistencia, su ambiente relajado y el trato amable. Los segundos lo descubren con sorpresa, como quien encuentra un pequeño secreto bien guardado en un pueblo costero.
El espacio, íntimo y sin artificios, acompaña con una decoración sencilla y acogedora. Nada distrae del plato ni de la conversación. Es uno de esos sitios donde el tiempo se detiene un poco, y eso, en plena Costa del Garraf, es un lujo que se agradece.
En un sector donde muchos proyectos no superan los tres años, los 13 años de vida de Nem son una prueba clara de que algo se está haciendo muy bien. No ha sido un camino estático. Han sabido adaptarse, evolucionar, resistir momentos complicados sin renunciar a su esencia. Han cambiado platos, renovado ideas, ajustado ritmos, pero siempre con una idea intacta: que Nem sea un lugar donde se coma bien, se esté a gusto y se quiera volver.
“Más que un restaurante con pretensiones, queremos ser un sitio al que apetezca venir, tanto si vives aquí como si vienes de paso”, comenta Lee. Y eso se nota. Nem es de esos lugares que no hacen ruido, pero dejan huella.
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