(Foto: Gtres)
Si algo ha hecho el fallido proyecto de la Superliga Europea de fútbol es generar debate. Incluso en estamentos públicos donde el balompié parecía algo carente de interés. Boris Johnson prendió la mecha populista el pasado lunes y sus amenazas acabaron con la desbandada de los seis equipos ingleses que participaban en el proyecto. Lo que no entraba en los planes de muchos, sobre todo entre los impulsores de esta competición, era que hasta la familia real británica tomara partido en el asunto. El príncipe William, que preside la Football Association de forma honorífica, se suma también a la corriente que aboga por dejar, en el fútbol, las cosas como están.
El nieto de la reina Isabel II dijo a principios de semana a través de Twitter que debían protegerse los “valores de competencia y equidad” de la competición. Anoche, una vez encaminado el asunto hacia el conservadurismo, tuiteó de nuevo. Incluso se dejó querer para ejercer un papel más relevante en el futuro de la competición.
“Me alegro de que se haya escuchado la voz unida de los seguidores del fútbol”, afirma el duque de Cambridge en su mensaje. Dando por hecho además una unidad que no es cierta. Porque los que se muestran en contra del proyecto no son todos los aficionados. Más bien son los que más gritan. En el campo o en las redes sociales. Metido hasta el cuello en la ola del populismo, el príncipe William aboga incluso por aprovechar el momento para tomar medidas y proteger las actuales instituciones. Evitar en el futuro que los presidentes de los clubs de fútbol tengan intenciones de crecimiento fuera del actual sistema.
“Ahora es realmente importante que usemos este momento para asegurar la salud futura del juego en todos los niveles” asegura el príncipe William en la cuenta oficial de Twitter. Antes de ofrecerse para desempeñar un papel relevante en una nueva etapa para el fútbol, repleta de dudas económicas y de viabilidad: “Como presidente de la FA, estoy comprometido a desempeñar mi papel en ese trabajo”. Un ejercicio de funambulismo aristocrático en el que está en juego el nuevo orden de poder en un deporte que los aficionados dejaron hace tiempo de tener voz y voto, aunque parezca todo lo contrario tras lo visto en los últimos días.
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